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RELATO 8/8

En una calurosa mañana de un 8 de agosto Mónica saltó de la cama como si tirara de ella un resorte, en perfecta sincronía con el despertador de su móvil, que comenzó a sonar exactamente a la vez, al marcar las 7 de la mañana. Mónica apenas había podido dormir pensando en el día de hoy, no era el inicio de una jornada cualquiera, era un día en el que ella y su novio tenían una muy especial tradición: realizar una larga y sensual sesión de azotes, y aunque el conocimiento de lo que esperaba pudiera arruinar de alguna forma la sorpresa desde luego que no era impedimento para sentirse emocionada, dado que Carlos, el novio y a la vez Amo de Mónica siempre conseguía sorprenderla de alguna forma, introduciéndola en una escena o juego distinto en cada ocasión que hacía que cada año ese día significase algo más que una mera sesión de azotes absolutamente previsible.

Mientras hacía el café Mónica recordó con una sonrisa la sorpresa del año pasado: Carlos la fue a buscar a la salida de su trabajo, la llevó con el coche fuera de la ciudad y la llevó a un olivar aislado, justo cuando comenzaba a anochecer, el ambiente era tan romántico como morboso se hizo cuando él sacó de su bolsillo unas cuerdas y la ató a uno de los gruesos árboles, bajándole a continuación la falda y las bragas, exponiendo a la naturaleza y a todo aquel que le diera por mirar su culo desnudo, después arrancó una rama del propio árbol, más o menos del grosor de un pulgar, y comenzó a pelarla, quitándole las ramitas, brotes y hojas y dejándola completamente lisa, comprobó su elasticidad y la blandió un par de veces en el aire, Mónica pudo escuchar con claridad como la rama cortaba el aire con un sonido silbante y no pudo evitar comenzar a excitarse y a mojarse con anticipación a lo que sabía que iba a ocurrir. Con un “feliz 8/8, zorrita” Mónica sintió y escuchó como la rama restallaba con un sonoro y agudo trallazo sobre sus nalgas expuestas y no pudo evitar emitir un profundo y prolongado lamento de agonía y satisfacción. A los pocos segundos vino el siguiente ataque, y así todos los siguientes, en matemática y despiadada consecución. Carlos era un experto, sabía cómo azotarla para volverla completamente loca, para darle el máximo sufrimiento y la máxima excitación, como un torturador experto dejaba intervalos entre un fustazo y otro lo bastante prolongado como para que ella sintiese un ligero alivio, pero no lo bastante como para que desapareciese por completo el agudo dolor del azote anterior, lo cual no hacía más que potenciar las sensaciones del siguiente, así uno detrás de otro, dándole a ella cada vez más suplicio y cada vez más placer, hasta que su coño inundado y chorreante comenzó a temblar sin control, anunciando un inminente orgasmo. Sin embargo, en ese momento, que él sabía leer muy bien, su Amo paraba, se tomaba un descanso y contemplaba su obra, esa Mónica temblorosa que a duras penas se mantenía en pie sobre unas piernas que temblaban como si fueran de gelatina, goteando deseo desde su coño creando un pequeño charco en el suelo mientras respiraba pesadamente, resollando y gimoteando como una bestia herida y rabiosa. Carlos disfrutaba haciéndose desear, dejó que el viento campestre acariciase la piel en carne viva de las posaderas de su sumisa, haciendo que ella tuviese escalofríos y que suplicase por clemencia.

Mónica no pudo evitar excitarse al recordar como le puso en ese momento la rama de olivo justo entre los labios de su coño y como la comenzó a frotar así contra su sexo, haciendo que sintiese con él cada nudo, cada aspereza y cada poro de esa varita mágica improvisada. Llegado a cierto punto Mónica no lo soportó más y comenzó a mover sus caderas con frenesí, usando ella misma esa rama que Carlos mantenía apretada en su entrepierna para masturbarse como una auténtica perra en celo, recordó como comenzó a gritar a los cuatro vientos toda clase de obscenidades, como comenzó a suplicarle a su Amo que se dejase de ramitas y que le diese la verdad, que el coño le ardía tantísimo que sentía que su sangre estaba hirviendo, que si no se la daba ahora mismo se iba a volver loca. Como siempre, su Amo permaneció impasible, satisfecho con torturarla con su negativa silenciosa mientras la forzaba a gozar de aquella forma tan humillante, de nada sirvieron las súplicas de Mónica, ni siquiera cuando en un estado de total locura le imploró a su Señor que se la follase por el culo como la sucia perra que era, todo lo que Mónica obtuvo fueron los dedos de su Amo penetrando muy profundamente su ano mientras el frotamiento inmisericorde de la rama de olivo la catapultaba hasta el orgasmo, haciendo incluso orinar mientras se corría una y otra vez, hasta que sus ojos rodaron dentro de sus órbitas dejándolos en blanco y, con un último y agónico gemido, su cerebro se fundió, perdiendo toda consciencia de sí misma.

El pitido de la cafetera se coordinó con el orgasmo de Mónica de forma casi tan perfecta como la alarma del móvil se había coordinado con su despertar, ni ella misma hubiera podido decir en qué momento había comenzado a masturbarse tan furiosamente en la cocina a raíz de comenzar a recordar lo acontecido en la “sorpresa” de hace un año. Se apresuró a retirar la cafetera del fogón y a adecentarse un poco, afortunadamente Carlos era de sueño profundo y tenía por costumbre levantarse un poco más tarde que ella, tenía que controlarse un poco o no podría soportar la emoción hasta ver la sorpresa que su Amo le tenía reservada para ese día, y no deseaba que él la notase demasiado impaciente. Carlos apareció por la puerta de la cocina unos minutos después, con cara de estar aún muy dormido, le dio a Mónica los buenos días y se sirvió su café, comenzaron a prepararse juntos el desayuno.

—¿Hasta cuándo tienes que trabajar hoy, mi amor? —le preguntó Carlos.

—Saldré a la misma hora de siempre, si no surgen imprevistos.

—Muy bien, ¿te parece bien que te vaya a recoger?

—Por supuesto, cielo.

¡Ahí estaba! A Carlos siempre le gustaba pasar a recogerla cuando tenía preparado algo, era un mensaje en clave entre ellos que significaba: “dile a todo el mundo que esta tarde no te busquen”.

El día transcurrió con más lentitud de la habitual, Mónica no podía pensar en otra cosa que no fuera intentar adivinar que tenía Carlos preparado para ella en esa ocasión. A la hora de salir de trabajar él ya estaba esperándola con su coche en la puerta de su oficina, perfectamente puntual, como era su costumbre. Mónica se montó en el vehículo y dejó que Carlos la llevase donde quisiera.

A la media hora el coche se detuvo justo en frente del instituto donde Carlos trabajaba como conserje, ahora mismo el centro estaba completamente vacío, pero Carlos tenía llaves para poder entrar, hacer la limpieza y diversas tareas de mantenimiento.

—Espera aquí, te llamaré al móvil para darte instrucciones.

Mónica comenzó a ponerse un poco nerviosa y quiso preguntar de que iba todo aquello, pero Carlos fue más rápido y le puso el dedo índice sobre los labios:

—Tranquila, no tienes de que preocuparte. ¿Confías en mí?

“¡No vale!, eso es trampa” pensó Mónica, pero en ese momento sintió que comenzaba a aflorar su alma sumisa, deseaba abandonarse, dejar que él obrase su magia, otorgarle todo el control.

—Confio en usted, mi Amo.

Mónica tomó la mano de él y la beso en acto de pleitesía. Carlos la tomó del mentón y la hizo mirarle a los ojos.

—Buena chica, así me gusta.

La besó en los labios, profunda y amorosamente, comenzó a jugar con la lengua de ella, a excitarla explorando la intimidad de su boca.

—Ahora voy a prepararme, estate atenta a tu móvil, cuando te llame comenzará el espectáculo. Espero que te guste.

—De acuerdo, mi Amo, su fiel sierva esperará aquí pacientemente sus órdenes.

Carlos volvió a besarla y salió del coche, dirigiéndose al edificio y desapareciendo tras la puerta. Mónica no pudo evitar reparar en que ese era el instituto en el que ambos habían estudiado, el lugar donde se conocieron y en el que se enamoraron, jamás pudo imaginar que Carlos fuera a elegir aquella ubicación para una de sus “sorpresas”.

Una hora después de que Carlos se hubiese marchado el teléfono móvil de Mónica comenzó a sonar, la espera le había parecido una auténtica eternidad, y estaba segura de que su Amo la había alargado un poco a posta para torturarla con ella y hacer que se pusiera más nerviosa y excitada, de hecho, Mónica ya se había corrido otro par de veces masturbándose en el coche mientras fantaseaba con la expectativa de lo que su Amo podría tener preparado para ella.

—Sal del coche y entra al edificio por la puerta principal, entra en la primera aula que está en el pasillo a la izquierda.

Mónica obedeció con presteza, entró en el edificio y recorrió el pasillo hasta que se encontró con el aula que su Amo le había señalado. Al atravesar la puerta una parte de ella estaba segura de que se encontraría cara a cara con Carlos, pero el salón de clases estaba vacío, tan solo había en él pupitres, la tarima y, encima de la mesa del profesor, un uniforme de colegiala perfectamente doblado y planchado. Mónica se acercó y pudo ver encima de la ropa una nota manuscrita escrita con la caligrafía de Carlos, ponía una simple orden: Vístete.

Mónica se cambió de ropas en unos pocos minutos, el uniforme no le quedaba nada mal todavía, una parte de ella temía que ya no le valiese, pero en ese momento se sintió aliviada de tener un cuerpo tan naturalmente delgado y esbelto. De repente una voz muy familiar comenzó a oírse desde la megafonía, dándole a Mónica un susto de muerte y haciéndole dar un respingo:

—Señorita Mónica, preséntese inmediatamente en el despacho del director.

Mónica no podía creérselo, esto era demasiado, jamás se hubiera imaginado que terminaría rememorando sus tiempos de chica rebelde en el instituto. Con paso dubitativo salió del aula y usó todas sus fuerzas para recordar el camino hasta el área de Dirección, no tardó en recordar y sus piernas la llevaron por los pasillos y escaleras como si hubiese activado un piloto automático. Mónica estaba histérica, así vestida, caminando por el instituto, al despacho del director, ¿qué es lo que va a pasar?

Al llegar frente a las puertas de Dirección Mónica dudó unos instantes, estaba tan nerviosa que no podía parar de temblar, finalmente se armó de valor y llamó con los nudillos.

—Adelante.

Traspasó las puertas y se encontró frente a frente con Carlos, que vestido con un impoluto traje negro con corbata, pantalones y zapatos a juego ocupaba el sillón del escritorio de roble donde lucía una placa dorada que rezaba Director.

—Señorita Mónica, pase por favor.

Mónica se acercó al escritorio, con las manos tras la espalda, como una niña pillada en falta. Carlos imponía muchísimo así vestido, le costaba sostenerle la mirada.

—¿Sabe por qué está aquí?

Mónica miró con confusión a Carlos, no sabía qué responder, no tenía un guion, no le había contado ningún detalle de la escena.

—Yo… esto… no… no lo sé.

Llegó a balbucear. Carlos le señaló un televisor que había próximo, en un mueble auxiliar cercano, lo encendió con un mando a distancia y comenzó a reproducirse una grabación de una cámara de seguridad. En la grabación se podía ver el coche de Carlos, que estaba aparcado en la puerta del instituto, Mónica estaba dentro de él, y a través de las ventanillas se podía ver como ella se estaba masturbando desenfrenadamente.

Mónica abrió los ojos como platos, la grabación era de hace un rato, cuando, sin poder aguantar más la tensión, había estado tocándose en el coche mientras esperaba la llamada de Carlos.

—Señorita Mónica, supongo que es usted consciente de la gravedad de su situación.

Mónica miró a Carlos a los ojos, estaba completamente metido en su personaje, la situación comenzaba a ser muy morbosa.

—Yo… yo no… yo solo… no quería.

—¡Silencio!

Mónica enmudeció de golpe. Aaaggh, me encanta cuando se pone así de severo, pensó. ¿Qué iba a ser de ella?

—Ha estado cometiendo actos de onanismo y de exhibicionismo sexual en mi coche señorita, frente al edificio del instituto. Supongo que sabe que no hay forma de que esto se pueda solucionar simplemente con una llamada a sus padres. Debe ser aleccionada como Dios manda. Carlos se levantó del sillón y abrió un cajón, del cual sacó una enorme, gruesa y maciza pala de spanking perforada que puso sobre el escritorio de un golpe.

—Las zorritas indecentes como usted deben obtener lo que merecen. Un duro y severo castigo físico a la vieja usanza.

Mónica comenzaba a respirar con dificultad, ya estaba toda sudada y su coño se había vuelto un auténtico geiser de fluidos concupiscentes.

—Por favor, director, ¡¡¡castígueme!!!

Carlos le señalo el borde de la mesa y Mónica se reclinó dócil y complaciente, dejando expuestas sus nalgas, que se adivinaban bajo su falda. Carlos se puso detrás de ella, le bajó las bragas y le quitó la falda con un fluido movimiento de manos, después Mónica notó como unos dedos descarados se enterraban sin previo aviso en su sexo, haciéndola gemir.

—¡Pero bueno! ¿Es que acaso su perversión no conoce límites señorita?

Dijo Carlos mostrándole sus dedos empapados en fluidos vaginales, Mónica tomó su muñeca y con un ágil movimiento se los metió en la boca y los lamió.

—No, señor director, lo reconozco, soy una chica muy guarra, una putita que se masturba en público porque le emociona que otros la puedan estar viendo, y porque soy una zorra masoquista que desea ser castigada, asique por favor, señor director, no tenga compasión, deme mi merecido.

Un fuerte azote restalló contra las nalgas de Mónica, haciéndole gritar de sorpresa y de dolor.

—No te atrevas a decirme lo que tengo que hacer, perra. Puede que creas que lo vas a disfrutar, pero te aseguro que yo lo disfrutaré mucho más. Cuando salgas de aquí vas a estar sin poder sentarte una semana.

Carlos se quitó la corbata y la americana, dejándolas en una silla y se arremangó las mangas de la camisa, cogiendo la enorme pala de spanking. Mónica intentó prepararse mentalmente para la tormenta que se avecinaba, pero apenas estaba comenzando a hacerlo cuando sus nalgas expuestas recibieron un tremendo trallazo que hizo eco por todo el despacho.

—¡¡¡Aaaaaahhhggg!!!

Mónica no pudo evitar gritar, sentía que su Amo le había destrozado el culo de un solo azote, pudo notar como toda la epidermis de sus nalgas estaba de repente en llamas, escociéndole como si estuviera en carne viva. La pala era tan grande que le podía golpear ambos cachetes del culo a la vez con una fuerza despiadada.

—Vamos perrita, apenas hemos comenzado. Como castigo por tu indecencia me debes 88 azotes con la pala como mínimo, después de eso decidiré si concederte piedad o si considero que necesitas 88 más.

Mónica se tendió completamente sobre el escritorio, boca abajo y poniendo su trasero bien en pompa para ofrecer a su Amo un blanco fácil.

—Por favor, mi Amo, castígueme, deme lo que me merezco.

El siguiente azote retumbó como un trueno y volvió a arrasar las ya inflamadas nalgas de Mónica, reavivando el dolor que ella sentía y volviendo a hacerle sentir un intenso escalofrío que recorrió tanto su espalda como su sexo, que a esas alturas goteaba sin control, disfrutando de la tortura. Mónica gritó de dolor otra vez, pero también de placer. Meneó el culo ligeramente de un lado a otro, incitando a su Amo a volver a la carga, y recibió de nuevo exactamente lo que deseaba, de nuevo esa sensación de penetrante dolor, de ardiente placer y de sublime padecimiento. No hicieron falta muchos azotes para que Mónica sintiese como le subía hasta la cabeza su primer orgasmo, el primero de los muchos que iba a sentir esa tarde a manos de su experto azotador. Nadie más sabía cómo satisfacerla, nadie más podía darle más placer, nadie más podía hacerla enloquecer de esa forma y llevarla al clímax más absoluto con tan solo con 88 azotes.

 

 

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