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MI HISTORIA

Mi esposa y Ama y yopracticamos los juegos SM desde hace aproximadamente unos diez años. Nosotros no vivimos el SM las veinticuatro horas, siete días a la semana, pero nos gusta divertirnos cada vez que podemos. Yo le he comentado en muchas ocasiones que cualquier cosa que ella quisiera probar estaría de acuerdo en hacerla.

A menudo le sirvo la cena mientras llevo un consolador metido en mi culo y bajo mi traje siempre llevo bragas y panties. También, según sus instrucciones, siempre llevo mi cuerpo totalmente depilado. Ella me dice que la pone muy caliente que yo vaya así y obedezca todas sus órdenes. Recientemente, un viernes, mi esposa salió del trabajo y me dijo que tenía muchas cosas que hacer ese día. Yo no sabía a qué se refería…

Cuando llegué a casa del trabajo, Mistress Diana (el nombre de guerra de mi esposa), estaba esperándome y se colocó de pie frente a mí.imgp3954

Estaba ataviada con uno de sus hermosos conjuntos de cuero y llevaba mis botas favoritas, esas altas por encima de las rodillas con altísimos y afilados tacones. Su mirada era maliciosamente severa.

Me ordenó que me desnudara y me duchara. Íbamos a tener una de nuestras noches de bondage y azotes. ¡Fantástico! La seguí hasta nuestro dormitorio esperando ver todos nuestros “juguetes”, que normalmente deberían estar encima de la cama preparados para mi sesión de entrenamiento de esa noche, pero no estaban.

Ella me dijo que este fin de semana estaba atrapado, le pertenecía por completo. Por supuesto yo sería su más humilde esclavo hasta la noche del domingo y ella estaba dispuesta a no permitirme tener ningún orgasmo hasta entonces. Pero ella también me comentó que en esta ocasión quería que hiciéramos algo un poco diferente y llevaba planeando este fin de semana desde hacía varias semanas.

Me dijo que toda mi ropa había sido trasladada a un lugar que yo desconocía, de hecho, vi el armario abierto de par en par y estaba vacío. Me comentó que toda la ropa que yo necesitaría hasta el domingo por la noche estaba en la cómoda. Ella abrió los cajones y sacó todo tipo de lencería femenina… Bragas, sujetadores, medias, ligueros y diferentes faldas, tops y lo último en uniforme de doncella francesa para el entrenamiento del fin de semana.

Yo no sabía qué decir, excepto estar de acuerdo con ello. De todas formas, siempre le había dicho que yo no pondría límites a todo lo que ella quisiera de mí. Yo mismo fui capaz de ponerme las suaves bragas, las medias, los ligueros… pero mi esposa tuvo que ayudarme a ponerme el corset (era tan incómodo…) y el uniforme de criada francesa.

Después de que estuviera completamente uniformado, mi Ama me hizo sentarme frente el espejo de su peinadora y se dispuso a maquillarme. Me sentía muy excitado y el maquillaje me hizo sentir mucho mejor, me sentía totalmente diferente. Añadió una peluca rubia, unos pendientes y un perfume escandalosamente oloroso, como si me tratara de puta barata. Entonces trajo los zapatos.

Yo nunca me había puesto antes unos zapatos de tacones altos y ahora sabía por qué dolían tanto. Los zapatos tenían unos tacones de 12 centímetros, mi esposa también abrochó unas correíllas de los zapatos, que quedaban a la altura de mis tobillos, con unos pequeños candados, de tal forma que sería imposible para mí quitármelos. De todas formas, si yo lo intentara seguramente estropearía las delicadas medias y eso quedaría como prueba de mi falta.

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Estuve toda la tarde ocupado en limpiar la casa y en preparar la cena mientras mi adorada Mistress Diana descansaba y planeaba el siguiente paso.

Ella me comentó que cada vez estaba más excitada con la situación. Yo continuaba haciendo la cena cuando ella vino hacia mí, con una cuerda blanca en sus manos.

Me bajó las bragas y sin miramientos ató mi pene y mis testículos con bastante fuerza. Dio varias vueltas alrededor de mis testículos y otras alrededor de la base de mi torturado y erecto pene. Me dijo que así podría concentrarme mejor en mis tareas, aunque la verdad, lo que consiguió fue que me excitara aún más y lógicamente también lo hizo para su propia excitación, que crecía por momentos.

Después de terminar mis tareas domésticas comencé a servirle la cena, yo no cenaría esa noche. Le iba sirviendo los platos y ella de vez en cuando me tocaba la polla y los huevos, apretándolos y me lanzaba excitantes miradas que lo único que conseguían es que yo tuviera una erección aún más tremenda, lo que aumentaba a su vez el dolor que sentía en tan sensible parte.

Tomó las sobras de su cena y me hizo depositarlas en otro plato, lo colocó en el suelo, me ordenó arrodillarme y me hizo comer de él con mis manos atrás.

Mientras, me acariciaba mis testículos con la punta de sus maravillosas botas y de vez en cuando lanzaba un pequeño puntapié en ellos que me hacía dar un respingo. Sentí dos sonoros cachetes en mi culo y éste era el aviso de que mi cena ya había acabado.

Una vez recogida la mesa decidió que comenzaría mi sesión de adiestramiento. Bajamos al sótano, ella delante y yo siguiéndola con mi mirada clavada en sus botas. Me hizo colocar en el centro de la sala y ella fue hacia uno de nuestros muebles. De un cajón sacó unas muñequeras, una paleta, una fusta, un látigo, varias pinzas de madera y metálicas…

En definitiva, todos los juguetes que habitualmente usamos.

Nuestra mazmorra particular está en el sótano y éste tiene muchos lugares preparados para poder atar mis manos, brazos y piernas, con argollas colocadas en las paredes y techo, todo para facilitar mi castigo.

Antes de que Mistress Diana me colocara una mordaza, añadió más carmín a mis labios, de tal forma que la bola blanca de la mordaza destacara aún más sobre el rojo de mis labios. Ató mis manos a unas argollas que estaban en el techo, justo encima del lugar donde yo me había colocado, cogió varias pinzas y se acercó a mí con cara sonriente y pícara. Me puso pinzas metálicas en los pezones y jugueteó durante un rato con ellas, apretándolas, abriéndolas, retorciéndolas…

Cogió otras de madera y me las colocó alrededor de ellos y me dijo que era para ir calentando, que aún faltaba lo mejor. Debo admitir que mi esposa es la mejor usando las pinzas, sabe cuándo causar placer y cuándo dolor con ellas.

Se acercó de nuevo al mueble y cogió una pequeña cestilla llena de pinzas para la ropa y se agachó ante mí. Pasó su suave mano por mi polla y mis huevos, haciendo un suave masaje que lo único que consiguió fue que mi polla se endureciera aún más y comenzó colocando una pinza justo en la puntita de mi pene. Continuó colocando a lo largo del tronco y siguió con los testículos, que hizo desaparecer tras multitud de pinzas.

Ella disfruta muchísimo cubriendo por entero mi polla y mis huevos con pinzas de la ropa hasta que no queda ni un solo trozo de piel sin pinzar. Por supuesto es muy incómodo. En ese momento no sabía qué era lo que más daño me hacía, si mi polla, mis huevos, o los pies… ¡Intenta estar cinco horas con zapatos de tacones altos cuando no estás acostumbrado a usarlos y cuando acabe la noche acabarás con los pies destrozados!

Con todas las pinzas colocadas, se dirigió de nuevo al mueble y volvió con una fusta en sus manos. Ella sonreía maliciosamente mientras acariciaba las pinzas de mis huevos con la lengüeta de la fusta, descargando sobre ellos suaves golpecitos.

De mi boca resbalaba un hilo de saliva manchada de carmín que corría desde la bola de mi mordaza hasta caer sobre el apretado corsé, dejando un rastro de manchas rosáceas. De nuevo se entretuvo en dar golpes con la fusta sobre las pinzas de mi polla y mis huevos, mientras con su otra mano hacía mover las pinzas de mis pezones.

El dolor iba de un lado a otro y yo cerraba con fuerza mis ojos intentando transmitirle todo el dolor que sentía. Se separó un poco de mí, admirando su obra y comenzó a reír…

– Me gustaría que te vieras con esa pinta de puta barata y tus asquerosas babas cayéndote de la boca, estás ridículo…

Se perdió de mi campo de visión y desapareció detrás de mí. De repente, cayó un fuerte azote de su fusta sobre mi culo, comenzando a azotarme, lentamente al principio y con furia al rato. Gemidos intentaban escapar detrás de mi mordaza, el dolor se repartía por todo mi cuerpo… los pechos, mis genitales, mis pies, mi culo… y yo intentaba gritar…

Mistress Diana dijo que todo mi cuerpo le pertenecía, que debía estar atado y castigado permanentemente para demostrarle que la quería, que realmente se sintiera como mi Dueña y que no debería flaquear, porque eso significaría que no la quería lo suficiente.

Se dirigió a un rincón del sótano y trajo consigo un cubo, cogió otro trozo de cuerda y la ató como pudo alrededor de mis huevos, haciendo que éstos estuvieran más tensos y que sintieran más fuertemente la mordedura de las pinzas. El otro extremo de la cuerda lo ató al asa del cubo, quedando éste unido a mis genitales. En una de las paredes hay una pila con un grifo y cogiendo una jarra de aproximadamente un litro se dispuso a llenarla.

Volvió hacia mí con la jarra llena y comenzó a verter el agua en el cubo. Conforme el líquido caía en el interior, mi polla y mis huevos eran atraídos inexorablemente por el peso. Volvió a repetir la operación un par de veces más, así que calculé que estaba soportando algunos kilos de peso. El dolor era terrible, algunas pinzas cayeron de mis huevos por ocupar su espacio la tirantez de la cuerda. Cada vez que una pinza caía sentía un latigazo de dolor.

Ella se quedó mirando, sopesando si mis genitales aguantarían más peso. Su mano acarició las pinzas de mi polla y su dedo buscó entre ellas mi piel, transmitiéndome un placer que necesitaba. Acarició aquella poca piel de mi pene que escapaba de las pinzas y sentí un alivio inmediato a mis sufrimientos.

Entonces decidió que llenaría el cubo con su capacidad total. Yo pensé que sería incapaz de aguantarlo, pero lo hice, con el único pensamiento desatisfacerla. Me podía dar cuenta de que ella estaba disfrutando enormemente con esto por su cara de satisfacción y placer. Siguió azotándome un poco más, pero cuando le dio un par de patadas al cubo para que éste se balanceara, llegué al límite de mi resistencia y utilicé la contraseña.

Lo primero que Mistress Diana hizo fue desatar el cubo de la cuerda que lo mantenía sujeto a mis huevos, aliviando en parte mi dolor. Después me quitó las pinzas de los pechos y tras esto se dispuso a retirarme los de mi polla y mis huevos. Lo hizo lentamente, saboreando cada gemido de dolor que se escapaba a través de la mordaza. Cogía cada pinza y la abría lentamente mirándome directamente a los ojos, disfrutando con cada reacción de mi rostro y de mi cuerpo.

Cuando terminó, mi polla yacía fláccida y algo amoratada. Sus deliciosas manos se encargaron de volverla a la vida. Con una mano acariciaba mis doloridos testículos y con la otra masajeaba mi polla de arriba abajo, con cariño, mirándome a los ojos, provocándome.

Poco tardó ésta en reaccionar y en volver a su desafiante erección que tanto agrada ver a mi Ama. Me quitó la mordaza y con una mano restregó las babas y el carmín de mis labios por toda mi cara, dejándome un aspecto patético… Me desató y mientras desentumecía mis brazos, ella paseaba a mi alrededor, comprobando mi estado.

Acarició mis nalgas deslizando sus dedos por las marcas de la fusta, sonreía…

– Te besaría en la boca, pero no me gusta besar a las putas desaliñadas y sucias como tú…

Acarició mis pezones, pellizcándolos. Cogió de nuevo mi polla y comenzó a masajearla de arriba abajo masturbándome. Cuando en mi rostro se dibujó el placer que llegaba, la apretó y retorció hasta comprobar que mi orgasmo había sido frenado.

– ¡Sígueme, zorra!

Me condujo de nuevo hasta el dormitorio y me hizo lavar la cara. Me desnudó y me hizo vestir unos nuevos ligueros y medias, me colocó un sujetador y me hizo sentar de nuevo frente a su espejo. Cogió el maquillaje y volvió a recomponer mi cara hasta volverla de nuevo femenina.

– Ahora, quiero follarte, zorra.

Me ordenó colocarme sobre la cama, se desnudó y se colocó un consolador con correas, que había comprado ese mismo día, ajustando el pene de látex sobre su pubis. Cogió un bote de lubricante y lo esparció a lo largo de la artificial polla. Levantó mis piernas y comenzó a acercar el aparato a mi ano.

Sentí la punta del consolador en mi culo y cómo éste pugnaba por entrar en él. Yo me relajé todo lo que pude y sentí cómo comenzaba a penetrarme. Un dolor indeterminado se apoderaba por momentos de mi ano, pero a la par sentía un placer que hacía que mi pene estuviera a punto de estallar.

Ella me miró a los ojos e hizo relucir su pícara sonrisa de niña mala, justo cuando de un empellón me taladró por completo. Lancé un gemido y contuve la respiración en el momento en el que ella comenzaba un rítmico vaivén.

Su cara reflejaba toda la lujuria y el placer que le proporcionaba profanar mi virgen trasero. Mientras empujaba daba ligeros golpecitos en mis huevos como una manera de impedir una eyaculación que pugnaba por estallar.

Alargaba su mano y pellizcaba mis pezones, apretaba mis testículos y golpeaba mi polla, a la vez que empujaba con más fuerza, haciendo que el pene de látex entrara por completo en mi interior. El dolor recorría todo mi cuerpo a su capricho y yo disfrutaba a mi manera al ver en su cara el placer y la lujuria que la llenaba por completo.

Cuando ella estuvo satisfecha, sacó el pene de látex de mi ano y bajó de la cama. Me hizo bajar de la cama y dirigirme de nuevo al baño. Me ordenó meterme en la bañera y tumbarme en ella. Se retiró el consolador y se puso sobre mí. Acercó su coño a mi boca y me ordenó lamerlo. Sólo tardó unos segundos en correrse y quedarse jadeante sobre mi cara, mientras yo saboreaba su delicioso néctar.

En ese momento sentí sobre mi rostro el caliente chorro de su orina. Comenzó a contonear sus caderas haciendo que su meada me bañara sobre mi rostro y mi pecho. Terminó y acercó de nuevo su coño a mi boca para que se lo limpiara y acto seguido salió del baño. Trajo unas esposas, me las colocó y las ató al grifo del baño, salió y sonriéndome, apagó la luz del cuarto de baño, dejándome sumido en total oscuridad.

Aquella noche dormí solo en la bañera, solo con mis pensamientos. Allí, tumbado, atado, húmedo por sus meados, vestido con medias y ligueros y… excitado, tremendamente excitado.

Por suerte, sólo me quedan dos días más para correrme, pero mañana sábado, aún me esperaba un duro día de trabajo como su doncella doméstica, sí, un duro y placentero día de trabajo…

 

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