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LA FRUSTRACIÓN DE ZOE

Zoe llegó a casa, dejó las llaves en la mesita del recibidor y puso su chaqueta en la percha, dejando salir un profundo suspiro. Había sido un día duro en el instituto, los exámenes de matemáticas repletos de fórmulas, las exigencias imposibles del profesor de educación física y la vieja bruja insufrible de inglés siempre conseguían que las clases fueran interminables y pesadas. Estaba agradecida de volver a estar en casa y poder dejar atrás todo ese estrés. En esos días malos lo único que le hacía aguantar el tipo era la compañía de Eric, su novio, que afortunadamente iba a su misma clase.

La casa estaba a esas horas vacía. Su madrastra trabajaba los días de diario hasta tarde y siempre le dejaba la comida y la cena listas desde el día anterior en la cocina. Estaría sola hasta las 21:00, hora a la que su hermanastra solía volver de la universidad.

Hacia ya años que los padres de Zoe se divorciaron. Por entonces era muy pequeña y no lo comprendió muy bien, solo sabía que mamá se enamoró un día de una mujer, dejó a papá y juntos se fueron a vivir con aquella mujer, Carol, su madrastra. De repente, Zoe tuvo dos mamás, pero también una hermana mayor, ya que Carol hacía tiempo también que se había separado de su marido y tenía la custodia de Christie, su única hija, varios años mayor que Zoe. Christie y Zoe no tardaron en congeniar, ambas habían deseado siempre tener una hermana y desde entonces nadie fue tan inseparable como esa hermana mayor y esa hermana pequeña, no aparentaban tan siquiera que
fueran hermanastras. La muerte de la mamá de Zoe hacia solo un par de años solo contribuyó a estrechar aun más ese lazo fraternal.

Ahora Zoe tenía 18 años, estaba acabando sus estudios de bachillerato para dar el salto a la universidad y salía con Eric, su novio, desde hacia ya un año.

Christie, en cambio, tenía 23 años y estudiaba una carrera universitaria, hacia ya mucho que tenía novio y se veía con él a menudo, pasando algunas noches fuera de casa.

Zoe miró el reloj de pared del recibidor, eran las 14:30 y tenía la casa para ella sola toda la tarde. A veces solía llamar a Eric para “divertirse” juntos, pero esa tarde no le apetecía. Últimamente algo no paraba de rondarle la cabeza, era una preocupación, un desconcierto, una frustración, como si algo le faltase. No el sentido material o físico, desde luego, ella estaba encantada con su cuerpo y no le faltaba de nada, no, tenía que ver más bien con su sexualidad. La primera vez que hizo el amor con Eric fue tal y como su hermanastra le contó que sería. Al principio una dolorosa punción, una sensación de desgarro, húmeda y sangrante y, después, cada vez menos dolor hasta que sintió solo placer, un placer que se acumulaba poco a poco pero, justo cuando parecía que algo en su interior iba a estallar, la sensación se esfumaba. Los intensos picos de placer descendían bruscamente y volvían de nuevo a subir hasta ese punto, cuando algo distinto y desconocido parecía a punto de ocurrir, pero aquello nunca llegaba a manifestarse. Orgasmo, así lo llamó su hermanastra. Sus
síntomas preliminares concordaban con sus sensaciones, placer y tensión nerviosa en constante acumulación que iba creciendo poco a poco. “¿Y después, y después…?” recordaba que interrogó con interés a su hermanastra cuando le preguntó por ello. Ella solo le sonrió y dijo, de forma muy sugerente, buscando estimular aún más su curiosidad e imaginación: “Después te sientes estallar de goce y vuelas literalmente al paraíso, pierdes la cabeza y hasta el control sobre ti misma, te sacudes como golpeada por una ola, sientes como una descarga eléctrica por todo tu cuerpo y te corres, simplemente te corres, una y otra vez. En ese momento desearás que él no salga de ti nunca, querrás tenerlo siempre adentro de ti, no existe momento más sublime ni más íntimo que ese”. En su primera vez Zoe pensó que a lo mejor no pudo sentir eso por el dolor de perder la virginidad.

Pero posteriormente siguió teniendo sexo con Eric y siempre le ocurría lo mismo, siempre que parecía que se iba a correr tenía ese gatillazo, era como una bomba con la mecha mojada, no era capaz de disparar ese orgasmo. Su inquietud le llevó a leer cientos de comentarios por Internet sobre el asunto y a consultar varios libros. Concluyó que era una rara avis, este tipo de problemas, al parecer, eran mucho más frecuentes en mujeres menopáusicas o con problemas de salud endocrina, pero no era su caso, se decía que el estrés también podía tener algo que ver con ese bloqueo del orgasmo, ¿sería eso? En última instancia podía ser un problema psicofísico más complejo. Cuando comenzó a preocuparse de verdad pensó en preguntar a un ginecólogo o comentárselo a su hermana pero… ¡le daba tanta vergüenza! ¿era este un caso de impotencia? El asunto le quitaba el sueño y le hacía ponerse de mal humor “¡Pero ya verán, conseguiré tener un orgasmo, no pienso rendirme!”. Esa tarde hizo acopio de toda su determinación y se prometió que no iba a detenerse hasta conseguir correrse por vez primera en su vida. La próxima vez que estuviera con Eric podría sentir esa eléctrica y sublime sensación y sentirse unida a él como nunca, era una promesa.

Zoe comió, hizo sus tareas y deberes y se dio un relajante baño caliente acompañado de sus canciones favoritas como banda sonora. Entró en su habitación tapada con la toalla y cuando se terminó de secar se tumbó en su cama, desnuda, con la vista hacia el techo, había llegado el momento de la verdad. Respiró hondo, sintió el cálido aire de su aliento sobre la piel de sus pequeños pechos. Cerró los ojos y desplazó lentamente su mano derecha hacia su entrepierna, separó sus muslos y comenzó a tocar sus puntos más sensibles. Comenzó a gemir, a mojarse, a desear a Eric, fantaseó con sus manos recorriendo todo su cuerpo, con sus besos cubriendo cada centímetro de su piel, con la punta de su verga presionando entre los labios de su vagina. Podía sentir el placer, se contoneó, se tocó más rápida y profundamente, respiraba entrecortadamente, algo venía, algo hervía dentro de ella. Se arqueó y apretó los dientes, esta vez iba en serio.

Christie aparcó la moto en frente de la casa, puso el trípode de apoyo y apagó el motor, se bajó del vehículo y se quitó el casco, sacudiendo su larga y fina cabellera azabache al fresco aire nocturno. Los pantalones y la chupa de cuero negros que vestía se ajustaban perfectamente a su cuerpo de bellas curvas, un plus estético añadido a la función primaria de las prendas de protegerla de las gélidas ráfagas de viento que desarrollaba su potente moto al ponerla a toda velocidad. A Christie le encantaba la velocidad, las emociones fuertes, le encantaba su moto, tenía con ella una especie de fijación sexual, un fetiche, solía decir que había tenido más orgasmos montando a Suzi (la llamaba
cariñosamente así por ser una Suzuki) que follando con cualquier tío.

Christie entró en casa, dejó las llaves en el platillo de la mesita del recibidor y anunció su llegada con un «ya estoy en casa». Mamá ya le había llamado por teléfono para decirle que esa noche llegaría más tarde de lo habitual, y sabía por experiencia que eso significaba un no me esperéis despiertas.

Christie colgó el casco en el perchero y se quitó la chupa de cuero, mientras hacía esto no pudo evitar preguntarse donde estaba Zoe, era raro que no la recibiera al llegar a casa, como era costumbre en ella. “Si hubiera venido con Eric me habría llamado para decírmelo”. Christie escuchó como un gritito en la planta superior. Subió las escaleras como una gata, sin hacer ningún ruido que delatara su presencia. Al llegar arriba vio que la puerta de la habitación de Zoe estaba ligeramente entornada, se aproximó en silencio, podía escuchar más grititos, acompañados por un extraño ruido, como un zumbido. Al mirar por la indiscreta rendija que dejaba la puerta entreabierta pudo ver a Zoe, tumbada en la cama ¡con un enorme vibrador entre las piernas! en seguida reconoció el diseño en rosa de aquel dildo y el apéndice artificial especialmente diseñado para estimular el clítoris con cada penetración, era uno de sus juguetes sexuales, sin duda Zoe lo había cogido prestado de su habitación. Sonrió para sus adentros “tiene buen gusto”. Zoe se retorcía como en trance mientras se penetraba la vagina con aquel juguete y se pellizcaba los pezones, estaba chorreando, gemía, gritaba, su cuerpo desnudo resplandecía por el sudor. Christie se dijo a sí misma que esperaría a que terminase, no deseaba interrumpir aquello, cuando se corriera volvería a bajar las escaleras, abriría y volvería a cerrar la puerta de la casa y actuaría como si acabara de llegar, pero, mientras tanto, quería quedarse a mirar y comprobar cuanto tiempo resistiría Zoe con ese monstruoso juguete follándola. Ella misma, por más que lo había intentado, nunca consiguió aguantar más de tres minutos. Christie devoraba a Zoe con la mirada mientras se masturbaba “como has crecido, hermanita, eres una mujer preciosa…” su propia respiración se hizo más pesada, ver a Zoe retorciéndose de placer hizo que ella también comenzara a mojarse, sus pezones se endurecieron, su corazón se desbocaba, su mano comenzó a deslizarse hacia su entrepierna, a infiltrarse bajo sus pantalones de cuero negro, su sexo palpitaba de envidia por lo que veía y reclamaba atención. Pudo ver como Zoe accionaba el interruptor del vibrador y éste comenzó a agitarse violentamente, haciendo gritar a la muchacha de puro goce “¡lo ha puesto al máximo! ahora si que no vas a durar ni cinco segundos, hermanita”. Pasaron cinco, diez, veinte, cuarenta, ochenta segundos, dos minutos, cuatro, ocho, Zoe seguía atrapada en su trance y, de repente, todo cesó. La chica extrajo el coleante vibrador de su intimidad, lo apagó, lo apartó a un lado y se sentó al borde de la cama, Christie se asombró al ver el rostro de una Zoe llorosa y al borde del llanto.

Zoe estuvo un minuto así, llorando en silencio, y, al final, ocultó su rostro entre las manos y se lamentó:

—¡Es imposible, no consigo correrme, nunca podré!

“¡Así que por eso era que estabas tan rara últimamente!”, Christie observó con compasión como Zoe lloraba con dolorosa amargura “Pobrecita, ojalá pudiera ayudarla”. En ese momento fue cuando le vino la luz “¡Pues claro que puedo! solo necesita un poco de ayuda para superar su complejo de anorgásmica”. Entró en la habitación abriendo la puerta despacio, Zoe no reparó en ella, pues con la cara enterrada entre sus manos y llorando como lo estaba haciendo era completamente ajena a cuanto ocurría a su alrededor.

—Hola, Zoe.

Zoe gritó de la impresión y se dio cuenta de que seguía desnuda, intentó cubrirse como pudo con los brazos y encogiéndose.

—¡Hermana!, ¡¿No sabes llamar o qué?!

—No te enojes, hermanita, lo he visto todo.

Zoe se aborrajó y sintió como la vergüenza superaba a su enfado.

—¡¡¿Pero qué dices?!!

—Lo venía sospechando, has estado actuando muy raro últimamente, ¿por qué no me lo dijiste?

Zoe bajó la mirada, parecía apenada.

—Lo siento, Christie, me daba tanta vergüenza…

Sin poder evitarlo volvió a romper a llorar. Christie la abrazó, consolándola, y le dio un fraternal beso en la frente.

—Tranquila, Zoe, tu hermana te ayudará.

Zoe la miró a los ojos con una mezcla de confusión e incredulidad.

—¿Cómo?

Christie la tomó por el mentón muy gentilmente y la besó con ternura en los labios, Zoe no se resistió, ni hizo amago de apartarla, la correspondió tímidamente. La lengua de Christie pasó de su boca y sus labios a sus mejillas, lamió sus lágrimas, siguiendo los surcos que habían trazado hasta las cuencas de los ojos de Zoe.

—Están saladitas.

Zoe volvía a excitarse, Christie lo notó, la tomó por la nuca y la atrajo hacia sí suavemente, la volvió a besar, esta vez más apasionadamente.

—Hermana…

Zoe no alcanzó a decir más, se dejó llevar. Christie acostó a Zoe en la cama con las piernas levantadas hacia el techo y abiertas en V, al límite de su flexibilidad, sujetándolas con ambas manos para mantenerlas en esa postura. Christie y Zoe se miraron a los ojos por un momento. Zoe, completamente desnuda y expuesta, abierta de piernas de aquella forma tan obscena, se sentía avergonzada y estaba totalmente sonrojada, pero, a la vez, estaba excitándose por momentos ante tan inesperado desenlace. No podía creerse que aquello terminase en un episodio de incesto, aunque luego pensó que, hablando técnicamente no existía tal incesto, pues ellas eran hermanastras sin relación sanguínea. Pero, ¿en serio su propia hermanastra sería su primera vez con una mujer? Todo iba demasiado deprisa.

—Espera…

—¿Qué pasa, hermanita?

—Al menos… al menos desnúdate también, me da mucha vergüenza ser la única que está desnuda.

—Ahora hay cosas más urgentes entre manos.

Christie descendió hasta el sexo de Zoe, su boca comenzó a obrar su magia, sensaciones que Zoe jamás había sentido antes la invadieron sin previo aviso. Gimió, gritó, comenzó a temblar, la lengua de Christie era húmeda, resbaladiza y experta, tenía vida propia, conocía todos sus puntos débiles, se retorcía en su interior como una anguila, estocaba su clítoris, lo enroscaba como una serpiente, entraba y salía de ella como un conejo de una madriguera, se deslizaba por todas partes impregnándolo todo con una saliva que era un potente afrodisíaco.

Zoe se mordió el puño de la mano izquierda hasta casi hacerse sangre, cerrando los ojos con fuerza para concentrarse solo en esa deliciosa experiencia, se aferró con fuerza a las sábanas con la mano derecha como si temiera salir despedida de la cama.

—¡OOOH, SIII, AAAH, AAAH, CHRISTIE, ES TAN BUENO, NO VOY A PODER… YA NO AGUANTO…!

“Jeje, ¿a qué el vibrador no tiene nada que hacer contra mí?” Pensó Christie orgullosa. Pasaron los minutos, uno, dos, cuatro, ocho, dieciséis. Al final Christie se detuvo, dejando a una sudorosa Zoe tendida en el colchón y aún jadeando. Había dado lo mejor de sí, usado todas sus técnicas secretas, hasta ahora ninguna mujer había podido resistirse a una de sus comidas de coño. Se había pasado tanto tiempo lamiéndola que había perdido la sensibilidad de la punta de la lengua.

—¿Aún no te corres?

Zoe negó con la cabeza, su frustración crecía cada vez más, las lágrimas volvían a sus ojos.

—¡No tengo remedio, pasaré el resto de mi vida como una frígida, no soy capaz de tener ni un solo orgasmo!

Dijo con amargura y resignación, sollozando. Ya daba la batalla por perdida.

—No permitiré que esto se quede así.

La frase firme, cortante, y llena de determinación de Christie hizo que Zoe parara de llorar y se quedara mirando a su hermana.

—Te rindes demasiado rápido, hermanita. Vas a orgasmar, eso te lo aseguro, solo tenemos que dar con la forma apropiada. Necesito que confíes en mí, ¿vale?

Zoe se sonó la nariz, sentándose en el borde de la cama. La firme determinación de Christie mantuvo viva en ella una pequeña esperanza.

—Vale, ¿qué vas a hacer?

Christie sacó de un bolsillo de sus pantalones de cuero negro su pañuelo de motorista.

—Deja que te vende los ojos con esto.

—¿Por qué?

—Confía en mi, soy tu hermana y voy a ayudarte, no tienes nada que temer.

Al poco Zoe esperaba arrodillada en la moqueta de su habitación, privada de la vista, el regreso de Christie, después de que ésta le ordenara que debía hacerlo es esa postura y sin mover un músculo. Zoe no sabía a qué estaba jugando su hermanastra, pero volvía a sentirse excitada, por algún motivo esa espera interminable, privada de uno de sus sentidos, tenía un efecto extraño sobre su ser. Era más consciente de su desnudez, de su tacto, de su respiración cada vez más pesada, de los agitados latidos de su corazón. “Si te quitas la venda te castigaré”. Aquello era en lo único en que podía pensar, lo último que le dijo Christie antes de irse, esa advertencia le hizo permanecer completamente inmóvil, era como una vuelta a la infancia, castigada contra la pared. Su oído, ahora extrañamente afinado, percibió los pasos de Christie regresando a la habitación.

—Ya estoy aquí.

Zoe pegó un respingo, como si fuera una niña que la descubren en falta.

—¿Me echaste de menos?

Christie sabía que sí, había retrasado más de lo necesario su regreso para poner a prueba los nervios de su hermanastra. Antes de que Zoe pudiera contestar Christie emitió una orden con voz tan firme e imperativa que la muchacha, arrodillada en el suelo de forma tan sumisa, dudó por un instante que fuera la voz de su hermanastra.

—Pon las manos en tu espalda.

Zoe no sabía que pretendía, pero obedeció sin cuestionarla. Al instante unas esposas se cerraron en sus muñecas, con un sonido metálico.

—¿Christie?

Un dedo se posó sobre sus labios, ordenándole callar.

—¿Confías en mí?

Zoe dudaba, tenía miedo, no sabía que ocurría, pero la parte racional de su ser y su corazón le decían que Christie no le iba a hacer ningún daño. Asintió. Una mano familiar le acarició la mejilla cariñosamente.

—Buena chica.

Christie obligó a Zoe a apoyar la cabeza contra el suelo, su cuerpo quedó reposando sobre su frente y sus rodillas, con el trasero en alto. Unos dedos lubricados comenzaron a masajear su ano. Zoe estuvo a punto de quejarse, nunca antes le habían tocado ahí, pero solo alcanzó a gemir, ya estaba mojada de nuevo. Estar con las manos esposadas a la espalda y con los ojos vendados le estaba resultando sumamente excitante. Era algo completamente nuevo, estaba indefensa y a merced de Christie, tan solo ella tenía el control ahora, y ese hecho hacía que se sintiese liberada, como nunca antes en su vida, a pesar de estar atada, irónicamente.

—¿Ves? No eres frígida, tus reacciones son perfectamente normales, tus niveles de excitación son naturales, mira, ya vuelves a estar chorreando de deseo.

—Por favor… no digas eso.

—¿El qué? ¿Qué estás más mojada que una perrita en celo?

Zoe sintió como si esas palabras se metieran en su cabeza y presionaran un punto erógeno desconocido de su cerebro. Gimió sin poder evitarlo.

—Ah, era eso… Ya veo cual es tu problema, necesitas sentir algo más intenso de lo habitual.

Christie asestó un azote al trasero de Zoe que pilló a esta totalmente por sorpresa. Zoe gritó, más de sorpresa que de auténtico dolor, su vagina se estremeció.

—Creo que encontré lo que te gusta. Ahora solo necesitamos ir subiendo el listón.

La mano de Christie volvió a azotar las nalgas de su hermanastra, una vez, y otra, y otra, cada vez más fuerte, hasta que a Christie le comenzó a escocer la palma. El trasero de Zoe adquirió una tonalidad rojiza, igual que una fruta madura, y su vagina palpitaba, goteaba, mientras la muchacha gemía y se estremecía. Christie inclinó su cabeza junto a la suya y le mordió el lóbulo de la oreja, un escalofrío hizo que Zoe se agitase y entonara un gemido profundo y sostenido.

—¡AAAH!

—¿Te gusta?

Zoe respiraba por la boca, jadeando sin parar, le costaba hasta pensar de lo excitada que estaba, es más, había dejado de pensar, solo se dejaba llevar.

—Si, me gusta. Sigue, por favor…

Christie abrió el trasero enrojecido de Zoe con ambas manos y dedicó a su ano las mismas atenciones que antes le había prodigado a su vagina. Zoe supo inmediatamente lo que era aquel ser escurridizo que invadía su culo virgen. No podía creerlo, su hermanastra le estaba comiendo el culo y… ¡Dios, era delicioso! Su vagina palpitaba y chorreaba, sentía un placer genuino e incalculable, la lengua de Christie solo salía de su ano para dejar paso a sus dedos, primero uno, luego dos, y, más tarde, hasta tres, saliendo y entrando de ella, una y otra vez, mientras aquella cavidad prohibida se lubricaba poco a poco tanto como su vagina por el efecto de la saliva de Christie.

—Te gusta por el culo, ¿verdad? Tengo una sorpresa para ti.

De repente, Zoe sintió como un objeto cónico y liso se abría paso por su esfínter lubricado, introduciéndose más y más, aumentando progresivamente de grosor, dando de si placenteramente ese orificio estrecho y ceñido y, de improviso, el objeto se estrechó de nuevo, su esfínter atrapó algo parecido a un cuello de botella y se ciñó a ello, trabando el objeto dentro de su culo.

—¿Qué… qué es eso?

—Tranquila, Zoe, solo es uno de mis juguetes favoritos, se llama plug anal y vas a disfrutar el sentirlo dentro.

Christie tenía razón, el plug dilataba su esfínter, la llenaba, le hacía sentir trufada y penetrada. Un nuevo azote en el culo, su esfínter se contrajo dolorosamente, pudo sentir el plug con intensidad. Otro, a cada azote apretaba más su ano, su vagina estaba fuera de control, quería tocarse, pero las esposas se lo impedían, estaba segura de que ahora se correría, jamás se había sentido así, comenzó a clamar por satisfacción mientras se contorsionaba.

—¡Tócame, tócame la vagina, te lo suplico, por favor, estoy a punto!

—Oh, ¿a eso le llamas suplicar? ¡Puedes hacerlo mejor!

Otro azote bien fuerte restalló en sus nalgas.

—¡AAAH!

—Eres una perrita muy ruidosa. Si no sabes controlarte tendré que castigarte.

Zoe sintió como Christie le ajustaba una mordaza en la boca y la aseguraba detrás de su cabeza, aún así no podía dejar de gemir y de resoplar como un animal rabioso. Su saliva se filtraba por la bola perforada de la mordaza y caía sobre la moqueta en largos hilillos. Christie tomó el vibrador rosa que Zoe había estado utilizando antes para masturbarse y lo encendió, poniéndolo al máximo para que emitiera ese zumbido tan característico y ella supiera lo que era. Unos balbuceos apremiantes, ahogados por la mordaza que le llenaba la boca, fue todo lo que Zoe alcanzó a decir.

—Vamos a acabar lo que empezaste.

Christie le insertó en vibrador hasta el alma de un solo empujón y, como si de una bomba se tratase, Zoe explotó en el primer orgasmo de su vida. Una descarga eléctrica de miles de voltios le recorrió de punta a punta su médula espinal, detonando una sucesión de placenteros espasmos que le hicieron perder la cabeza. Una ola sacudió su cuerpo, dejándola en estado de shock, sin respiración. Un grito ahogado y sostenido, profundo y lastimero, surgió de su garganta. Sus ojos se pusieron en blanco. Todo su cuerpo se contrajo casi hasta alcanzar un punto de rotura. Perdió el control de su musculación, temblaba como un árbol en un tifón. Cuando las últimas réplicas de ese terremoto que había sido su orgasmo se desvanecieron Zoe se derrumbó sobre la moqueta, sin fuerzas y semi inconsciente. Poco a poco su mente, nublada por todas aquellas intensas sensaciones, se volvió cada vez más pesada, hasta que se rindió al cansancio y cayó profundamente dormida.

Christie desembarazó a Zoe de las esposas, la mordaza, el plug y el vibrador, dejando la venda de los ojos para lo último. Cuando le quitó el pañuelo pudo ver que Zoe había caído en un apacible sueño, un sueño que ella no tenía intención de perturbar. Christie la tomó gentilmente en brazos y la llevó a la cama, donde la tapó con las sábanas y la acurrucó gentilmente. Por último, le plantó un beso cargado de ternura en la frente.

—Felicidades por tu primer orgasmo, hermanita, ahora descansa. Te quiero, Zoe.

Esa noche Zoe tuvo el sueño más profundo y apacible de su joven vida. Su hermanastra le había regalado su primer orgasmo y la quería con locura, se sentía más unida a ella que nunca ¿Acaso se estaba enamorando de su hermanastra? No lo sabía, pero ya no podía esperar a que le regalara más y más orgasmos como aquel, y acabar una y otra vez rendida de placer en sus brazos. Por algún efecto mágico en sus manos su vergüenza y humillación se habían convertido en excitación, y el dolor y el sufrimiento físico en placer, un extremo placer intenso y enloquecedor.

 

Autor: Master Spintria

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