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UN SIN VIVIR I

CAPÍTULO 1: ¿CASUALIDAD O PREDESTINACIÓN?

Todo fue muy casual. Estaba en Ciudad de México, aburrido tras haber concluido antes de tiempo las dos reuniones que me habían llevado hasta la capital de México, pues la segunda me la habían avanzado. No me sentía con ánimo de nada, así me había dejado aquella negociadora. No atendía a razones, lo único que buscaba, -con ahínco propio de cazador cruel-, que aceptara las nuevas condiciones. Tuve que comprometerme, para ganar tiempo para el posterior combate con mi jefe, que le explicaría en detalle sus consideraciones y las nuevas bases. Me costaría una buena reprimenda, pero no me quedaban ya arrestos para continuar bregando en un baldío intento por hacerle entender que con semejantes precios, no podríamos seguir sirviéndoles material.

Le daba igual, me lo dejó claro hasta en tres ocasiones: “pues buscaremos a otros” y además, no me correspondía a mí, ni aquella abrumadora negociación, ni rebajarle los precios. Menos mal que en la anterior reunión, había logrado cierto éxito, que a la vista de éste digamos… fracaso, supondría un atenuante ante mi jefe y la fiera de su esposa, en realidad la dueña del negocio.

Decidí salir a pasear, para airearme. Cuando llevaba ya más de media hora intentando convencerme que había hecho mi trabajo lo mejor que se podía ante aquellas draconianas condiciones, la vi. Estaba sentada en la terraza de una cafetería-librería y tenía un libro en sus manos. Ajena a cuanto sucedía a su alrededor parecía devorar aquella lectura con avidez que su expresión, me lo dio a entender. Me acerqué, procurando disimular el interés que había despertado en mí, Ella, no el libro, aunque al observar la portada también me sentí atraído con mayor intensidad por ambas, pero sobre todo por Ella, una mujer sensual, de belleza latina y seguridad aplastante. Y en menor medida, el libro que traía en sus manos. Por lo que parecía ser, una novela erótica.d-fetish-ii

Debía con celeridad encontrar un modo de hacerme visible para Ella y no podía utilizar como argumento la novela. Pude leer el título: “D-Fetish” del autor Kael Darkfolk. Tampoco él me era familiar. ¿Su bebida? Muy poco excitante, una taza de té. Pero no había tetera, por tanto. Me acerqué lo más que pude.

Para fortuna de mi objetivo, la pareja que ocupaba la mesa que había junto a Ella, se levantó en aquel instante y a pesar de que había otras mucho más limpias y dispuestas, decidí ocupar aquella recién abandonada mesa.  Mientras esperaba que la camarera se acercara a limpiarla miré en derredor del lugar. Era una pequeña cafetería-librería sí, en la cual  el que así lo eligiera, podía sentarse a disfrutar una taza del café cultivado en los principales estados de la República Mexicana recolectores de café y en donde el 60% de los productores son indígenas. Los estantes en madera rústica contenían libros apilados por género y uno más en otros idiomas, también un estante de revistas de corte ciencio-cultural-político y el infaltable estante de los principales periódicos del país.

El local estaba diseñado de forma rústica, un lugar sencillo y de buen gusto, con un folklor latino-mediterráneo que me llamó mucho la atención, sobre todo por el toque mediterráneo. En una de las paredes había un mural subrrealista,  ad-hoc con el concepto del lugar y dibujado con trazos inspirados en la costa de algún estado mexicano o mediterráneo importante para los dueños, sin duda. En otra pared cuadros de fotografías dibujadas a lápiz, de escritores y artistas plástico-escultores también méxico-europeos. Destacaba sin dudas un retrato de Frida Kahlo en primer plano y uno más de Pablo Picasso.

La música ambiental, era mezcla de jazz, lounge, ritm & blues, indie, chillout y clásica. Dependiendo de la hora del día.  El sitio tenía un toque liberal e íntimo al mismo tiempo, justo para pasar un rato liberando estrés y terminar relajado, sintiéndote bohemio, amante de la vida y su naturaleza. Después de mi recorrido visual, la busqué a Ella. Lo percibió, pero se mantuvo atenta a su lectura. Creí necesario justificarme. No se me ocurrió nada más que decirle: “Me ha llamado la atención y mucho”, que entendiera lo que quisiera, si daba pie, sería prueba inequívoca que no le había disgustado mi atrevimiento, quizá incluso ni mi presencia, pero no obtuve respuesta de ningún tipo. Busqué entonces de forma inmediata en mi capacidad de seducción a corta distancia, algún argumento con que interesarla y no parecer el clásico pelmazo. No creo que estuviera acertado.

-¿Qué me recomienda? ¿Un café o un té?

Levantó entonces la vista del libro.

-¿Crees quizá que soy la camarera?

Tuteado. Me daba cancha. Proseguí.

-En toda caso, la Dueña. Jamás se me ocurriría pensar que Usted fuera una de las empleadas Señora.

Me miró con una expresión sincera y a la vez suficiente, pero elegante y en absoluto despreciativa.

-Pues has acertado, lo reconozco.

Por fin. Ya estaba en el bote y además la dueña. Pero se había vuelto a enfrascar en la lectura, sin añadir nada más. No pude proseguir, apareció entonces la verdadera camarera. Era una chica joven, morena, atractiva, pero en absoluto comparable a la belleza serena de aquella mujer que deseaba me ayudara a desquitarme, de aquel mal sabor de boca que me había dejado México capital y una de sus mujeres ejecutivas, de momento. Ahora estaba ante una empresaria.

Fue Ella la que pidió por mí.

-Tráele un café, bien cargado. Lo necesitará.

Afirmé al silencio interrogante de la camarera. Sin duda sabía imponer su ascendencia.

-Me llamo Luís ¿y… –lo confieso, no me atreví a tutearla. Probablemente su elegante belleza y su aplomo –… Usted?

-¿Es irrelevante como me llame chico, no crees?

-Verá, no creo que pueda vivir sin saberlo. Demasiado ha influido en mí el haberla visto y ahora escuchado su voz como para castigarme con tamaña crueldad.

Sonrió levemente, pero no respondió. Seguí insistiendo.

-¿Y por qué el café bien cargado?- Temí que permaneciera en silencio, pero siguió con sus misteriosas y en cierto modo, incitantes respuestas.

-¿No es lo que toman los que están alterados?- Pues sí, lo estoy y Ella lo noto… la observé embriagado de verla. ¿Tan predecible me veo?

-Pero…

-Lo estás o simplemente o pretendes hacérmelo creer. ¿Acaso me equivoco?

No, no se equivocaba, pero, ¿Debía darle la razón? ¿Y qué me importaba si lo hacía? lo tenía claro, así que….

-Sí, lo estoy. No he podido evitarlo.

-¿Te ha incomodado que lo notara? ¿Querías evitarlo?

-Le seré sincero. No.

Llegó la camarera con el café.

-Su café bien cargado señor.

Quise tener un detalle de caballero.

-Por favor, la Señora desea, ¿lo mismo? –lo pregunté dirigiéndome a Ella. Y añadí: –cárgalo todo en mi cuenta. También lo de antes.

-Aún, no he dicho si deseo también café, exclamó – Clavando su penetrante mirada en mí, al tiempo que le decía a la camarera: – Camila a  mí, tráeme lo de siempre.

Me comportaba como un estúpido invitando a la dueña de la cafetería. La muchacha sonrió, levemente, lo suficiente para interpretar erróneamente que quizá estaba llegando a mi objetivo.

-¿Es la primera vez? –me interrogó entonces.

-¿Cómo?

-Me has entendido perfectamente.

Había dejado el libro sobre la mesa, con la cubierta a la vista. Estaba claro, se trataba de literatura erótica, muy explícita aquella imagen.

-Sinceramente, ¿no sé si refiere a, tomar un café cargado junto a una mujer de belleza misteriosa y personalidad aplastante, que además es la propietaria del lugar, o a… abordarla impulsado por un irrefrenable deseo de satisfacer cualquiera de sus deseos?

Me observó inmutable, acabándome de conquistar aquella gélida mirada  que intuía podía devenir en fuego apasionado en cuanto Ella se lo propusiera.

Entonces susurró colmada la pregunta de sensualidad: – ¿sabes dónde te estás metiendo?

De nuevo me comporté como un estúpido, lo reconozco.

-Perfectamente y me agrada.

Llegó la camarera con la cuenta, entonces Ella, sin tomarse lo que le traía, se levantó. Sin dejar de observarme con aquella seguridad que me había ya desarmado por completo, le dijo a la chica: –anda Camila. Cuéntale a este donjuán quién soy en realidad y si te la pide, le anotas mi dirección. Aunque no creo que tenga lo que hay que tener para seguirme. Yo de todos modos, lo esperaré, cinco minutos a lo sumo. Por tanto, no te demores dudando, únicamente te doy ese plazo. –Y tomando la novela y el bolso entre sus manos, comenzó a andar con tanta naturalidad que por un momento me dejó prácticamente clavado al piso al verla marcharse.

Cuando se hubo separado diez metros de la terraza, le rogué a la camarera que me indicara la dirección. Nada más me interesaba. Estaba seguro de ser capaz de descubrir por mí mismo la excepcionalidad de aquella extraña mujer.

Tan absorto estaba en seguirla y no perderla, que no fui capaz de oír tras tomar la nota con la dirección de aquella Diosa, el último comentario de la camarera: –se trata de la Señora Dómina Agnes Keeney.

Autor: Ðomme An~Liman†our.

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