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SUELAS ROJAS III

SUELAS ROJAS (Parte III)

Carlos, ese era su nombre, se retiró a su pequeño cobertizo, con sus pocas pertenencias, trató de acomodar sus cosas, hizo espacio para el colchón inflable y cuando ya bajaba la noche se fue al quincho a darse una ducha y cambiarse la ropa. Tuvo un poco de frío al volver, pero era lo que menos le importaba. Se sentía vacío casi separado de Diana, como estaba. Le hubiese rogado perdón humillándose, pero parecía que cuanto más el insistiera peor sería, así que decidió esperar a ver que ella se mostrara más tranquila para hacerlo. Para que no haya peligro de irritarla, espero ver que hubiesen apagado todas las luces del interior de la casa, salvo las de las habitaciones, y fue a la cocina a buscar algo para comer. Estaba por empezar a cocinar cuando recordó que Diana le había asignado el anafe del quincho. Con amargura, eligió obedecer, y se llevó lo que necesitaba. Comió sin ganas, se acostó en su improvisado dormitorio y se durmió pensando en ella.

Se despertó a las cinco de la mañana, fue otra vez a hurtadillas a buscar su desayuno y algún tentempié para el mediodía, y se fue a trabajar. El bus estada atestado de gente. Se preguntó porqué lo del coche, ya que Diana tenía el propio, el más nuevo, que él mismo se había encargado de comprarle para satisfacer su capricho. ¿Sería que buscaba cansarlo con estas cosas hasta que se vaya? No quería ni pensarlo. Tal vez era solo para ponerlo a prueba, pero ¿por qué? El nunca le había sido infiel ni nada parecido. El viaje se le pasó rápido entre todas estas cavilaciones, y pronto estuvo en la oficina.

El día, rutinario, no tuvo nada digno de mención. Un par de compañeros le preguntaron si le pasaba algo, porque lo veían muy apagado. “¿Y el coche?”, pregunto uno. “Se ha descompuesto y está en el taller”, contesto él, tomado de sorpresa.

Luego la vuelta a casa y otra vez a enfrentar el momento crucial. ¿Qué le tendría preparado Diana? ¿Y la abogada por qué? Recordó que conocía a Miriam, una mujer joven de unos treinta y tantos años, de modales amables pero fría como el hielo cuando había intereses de por medio. El bus a esa hora era hacinante, pero poco le importaba. Tras 40 minutos de viaje bajó a unos metros de su casa y camino ansioso hasta la entrada.

Vio un sedan rojo flamante estacionado en la puerta de su casa y un hombre algo más joven que el esperando sentado al volante. Le pareció el mismo que había visto hace dos días gozando del sexo de su mujer, bueno, ya viendo esto no tendría que considerarla de ese modo. Se preguntaba porque había aceptado seguir ahí en esas condiciones, pero ya tenía que enfrentarla nuevamente y ni tenía tiempo de pensar. Golpeó la puerta del frente y para su sorpresa la misma Diana la abrió, luciendo un impactante y mínimo vestido de cuero rojo y unos zapatos negros… que también tenían suelas rojas. Apenas traspasó el umbral le aplicó un cachetazo peor que los anteriores. “¡Llegas 20 minutos tarde, estúpido! ¿Es que piensas que tenemos tiempo para perder contigo?” “Pero Diana… eehhhh Señora, es que en bus tardo más, te ruego que me perdones.”, dijo él sin terminar de reponerse de su asombro por el cariz que tomaban las cosas. “Mañana a esta hora hablaremos de tu conducta, porque se ve que hay cosas que no has entendido. Tengo que salir y no quiero hacer una escena delante de Miriam y su socia, la escribana Mariana. Todo lo que ellas tienen para que firmes es por pedido mío. No quiero recibir ni una sola queja acerca de tí cuando vuelva a hablar con ellas. ¿Entendido?” “Ssí Señora“, contestó Carlos recordando la consigna ahora a tempo. Diana se dio vuelta y cambiando repentinamente por un tono simpático como si no hubiera pasado nada, saludó agitando la mano a las dos mujeres que estaban sentadas en la mesa del comedor: “¡Adiós chicas! Mañana me cuentan como fue todo, pero no van a tener problema, se los aseguro.” Y diciendo esto salió y cerró la puerta.

Estupefacto como estaba, se acercó a las dos profesionales, les dio cortesmente las buenas tardes, tendiéndoles la mano, y dijo: “Señoras, ¿que debo hacer?”

CONTINUARÁ…

Autor: Esclavo josé

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