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POR METERTE DONDE NO TE LLAMABAN

La jornada laboral había sido demasiado estresante, demasiado cargada, y lo único que deseaba era llegar a casa para tomarme una cerveza fresquita sentado en mi sofá viendo la tele para por fin deshacerme del cabreo que llevaba en el cuerpo. Ya en el coche de camino a casa me tuve que tragar un atasco impresionante, no veía la hora de llegar. Por fin aparqué el coche y me dirigí hacia el portal con la boca seca pensando en esa cerveza que debía estar esperándome fría en la nevera.  Había unos chicos jugando en el parque de al lado, y se oían unos gritos de alguna madre gritando a su chico por alguna travesura. No tardé en percatarme del todo, mi vecina traía de la oreja a su retoño a paso acelerado adelantándole su futuro más próximo a voz en grito.

– Ahora cuando lleguemos a casa te voy a enseñar yo lo que te pasa cuando me desobedeces, siempre igual con este mocoso, te voy a dejar el culo más rojo que nunca.

Esta aseveración se la hizo justo cuando pasaba por mi lado, y no pude hacer un pequeño comentario a cerca de ella, intentando salir en defensa del pobre chaval.

– Señora Luisa no se enfade así con el pobre crío, seguro que no ha sido tan grave la travesura, no olvide que es un niño mujer, está en la edad.

como un resorte la mujer se paró en seco delante de mi clavándome su mirada en los ojos, en ese momento me pareció que si  yo hubiera sido hijo suyo también hubiese tenido una ración especial de ese castigo reservada para mi.

– Tal vez joven a usted cuando vivía con sus padres no le castigasen en el trasero por cada travesura, pero en mi casa las reglas las pongo yo, y no dejo a nadie que interfiera en ello, y a este ya sabe lo que le espera.

Por la forma en que lo dijo, el tono y las maneras había conseguido dejarme en blanco. Tenía razón mis padres nunca me habían calentado el trasero de pequeño, y quizás alguna vez si que me lo hubiese merecido, pero en fin mi intento de ayuda para ese chaval creo que no iba a fructificar. Di la vuelta a la esquina y abrí la puerta del portal, allí estaba la madre del chaval con otra vecina explicándole lo que había pasado. El chico debía de haberse subido ya a casa porque no le vi por allí. Esperando el ascensor pude oír como ambas mujeres estaban de acuerdo en que una ración de zapatilla de vez en cuando no venía nada mal para esos traviesos muchachos. Sin poder evitarlo, una carcajada un poco subida de tono me salió del alma.

– Lo siento, no quiero interferir más en sus asuntos, pero es que hablamos de unos chavales y de algunas travesuras de su edad. Déjele sin ver su programa favorito o sin salir a jugar mañana al parque, pero hablar entre ustedes de lo que deben hacer, ya me entienden, me da la impresión de que están deseando pillarles in fraganti para, jajaja.

La señora Luisa se despidió de la otra vecina, con la cual no había hablado yo nunca, y se dirigió hacia el ascensor para tomarlo conmigo camino cada uno de su casa. Ya dentro de él cada uno pulsó el botón de su piso correspondiente. No me sentía muy bien en ese momento con esa mujer, parecía como si fuese yo el hijo de ella camino de esa casa en espera de ese castigo, por unos momentos supe  como debía sentirse ese chaval.  La señora Luisa me miró a la cara y con tono suave me dijo:

– Si fueses mi hijo, tan solo por el comentario que has hecho abajo en el portal riéndote de nosotras dos te daría una azotaina  que no te podrías sentar en una semana.

Me sorprendió el comentario, pero más me sorprendió mi respuesta impulsiva a él.

– La cuestión es que no lo soy, pero vamos yo vivo en el 7º, y si usted cree que me merezco un castigo ya sabe cuál es mi puerta.

La señora Luisa se bajó en su piso y yo continué hacia el mio, aquel comentario lo había dicho con toda la ironía del mundo. La verdad es que la vecinita no estaba nada mal. Siempre llevaba falda un poco ajustada, siempre marcando todas sus curvas, y en esas blusas un poco abiertas por arriba dejaban ver siempre el principio de aquello que reservaba para su marido, y que sin ningún lugar a duda estaban muy, muy bien. El pelo negro azabache siempre lo lucía suelto, e incluso hasta en sus ojos había algo especial. Por fin ya tenía mi cerveza en mis manos, y dándole el primer sorbo me di cuenta que nunca había pensado en ella de esa manera. Qué rara es la vida pensé yo pensando de esa manera de esa mujer, y probablemente ella empleándose a fondo con su chaval tres pisos más abajo en otros menesteres.

Sonó la puerta de la calle, ¿quién podría ser?, ¿no me iban a dejar tranquilo al final del día tampoco?. Me dirigí a la puerta y la abrí, me quedé anonadado, sin decir palabra alguna la señora Luisa pasó dentro de casa moviendo sus caderas y con un paso demasiado firme.

– Qué quiere señora Luisa, ¿la puedo ayudar en algo?

La verdad es que no sé por qué la llamaba señora Luisa, no debía de tener más de treinta años, por lo que supuse que debía haber sido madre muy joven, y nunca había visto a su marido antes.

– No te acuerdas de lo que me has dicho en el ascensor, pues creo que te mereces una buena tunda por entrometerte en los asuntos de los demás, interrumpir las conversaciones ajenas a ti, y juzgar a las personas sin conocimiento de causa.

Todo esto dicho de una sola tacada me parecieron motivos suficientes como para calentarme el trasero, pero ni ella era mi madre, ni yo tenía edad para esas cosas, de modo que me disponía a contrarrestar su comentario cuando de nuevo ella clavando su mirada en mi, me dijo firmemente:

– No quiero oír ni una palabra joven, o es que ahora tampoco vas a tener palabra. Cierre la puerta y vaya haciéndose a la idea de que esta noche va a dormir con el trasero bien caliente.

Cerré la puerta tras de mi, y seguí los pasos de mi vecina cual corderillo va al matadero. No podía casi ni pensar, todos estos acontecimientos me estaba superando. Cuando hice el comentario en el ascensor lo hice como riéndome de ella, suponiendo que no tendría valor para… pero ahora estaba justo detrás de ella, esperando que me dijera qué hacer para recibir mi castigo como un niño malo.

– Bueno, lo primero que quiero decirle es que la zurra que le voy a dar es la que se iba a llevar mi hijo, de modo que puede estar contento porque él dormirá bien a gusto esta noche, no creo que usted haga lo mismo.

Sin darme cuenta, y mientras escuchaba ese comentario me di cuenta que mis pantalones estaban desabrochados y bajados. Me agarró de una de las orejas y me llevó hasta el sofá, y por el camino pude sentir como su mano comenzaba a saborear mi trasero, pues me dio tres azotes con la mano que sonaron de lo lindo y que sin dolerme me escocieron un poquito. 5-1

Me colocó justo enfrente de ella, pude ver perfectamente como subía la pierna lo suficiente como para que su mano derecha cogiera la zapatilla que calzaba, y asiéndola en la mano con fuerza me la enseñó, como ritual al comienzo de la faena.

– Va a ver qué rica sabe esta zapatilla en tu culo, aunque puedes estar seguro que con el empacho de esta tarde, vas a tener para todo el día.

Sabía que me iban a caer no menos de cuarenta, seguro. Se sentó en el sofá, y con la zapatilla en la mano me bajó mis calzoncillos y me recostó sobre su regazo, comenzando sin  mediar palabra con el castigo.

– Te voy a dejar, PLAS, PLAS, PLAS, este culito blanco, PLAS, PLAS, PLAS, más rojo que un tomate, PLAS, PLAS, PLAS.

Nunca pensé que pudiese doler tanto, al tercer zapatillazo comencé a gritar de dolor, e intenté cubrirme  mis partes para protegerlas de los posteriores impactos.

– Pero bueno qué te has creído, PLAS, PLAS, PLAS, cuanto más intentes protegerte, PLAS, PLAS, PLAS, más duro y más zapatillazos te voy a dar, PLAS, PLAS, PLAS.

Las lágrimas se me estaban saltando, desde aquella posición solo podía ver el suelo, y con una de mis manos me agarré a una de las piernas de la señora Luisa.

– PLAS, PLAS, PLAS, yo te voy a enseñar de ahora en adelante, PLAS, PLAS, PLAS, verás como respetas a la gente, PLAS, PLAS, PLAS.

Me hizo levantarme dándome permiso para que me frotase el culo, lo hice con gusto, sintiendo todo el calor de mis nalgas por los zapatillazos recibidos, me habían caído no menos de cincuenta. Me fui a subir la ropa creyendo que ya habíamos terminado pero no era así.

– No hemos terminado aún jovencito, tan solo hemos llegado a la mitad, de modo que bájese  los pantalones de nuevo, recuéstese sobre el respaldo del sofá, y prepárese para recibir treinta  zurriagazos con el cinturón. Te voy a dejar el culo más caliente de la tierra. Y recuerde como lleve sus manos una sola vez para consolarse su pompis, le daré dos más por cada vez que lo haga. zotaina

No sabía muy bien de dónde había salido ese cinturón, ni si quiera se lo había visto cuando tocó a la puerta, pero allí estaba con lágrimas en los ojos a mis veinticinco años, con el culo ya más rojo que un tomate,  y esperando a recibir treinta azotes más, que sabía que serían algunos más, porque el culo ya me ardía. Levanté un poco la vista y vi la figura de la señora Luisa en el espejo de la pared. Se mordía los labios como intentando no desperdiciar ni una sola de sus fuerzas en cada azote, podía ver perfectamente como echaba el brazo atrás, y cómo giraba su cadera haciendo que su brazo y su correa cayera con toda su fuerza sobre mi culo.

– PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS.

No podía más, de modo que mis manos se fueron directas a mi culo, me quemaba literalmente, cómo me dolía. Estaba llorando como un crío, y encima algo excitado. No podía dejar de mirara a mi vecina, y todas sus curvas moviéndose, mientras me calentaba de lo lindo, y digo de lo lindo porque si me dijesen siéntate, estoy seguro que en ese momento no podría hacerlo.

– Por un momento pensé que iba a aguantar toda la tanda sin protección, pero ya veo que no es así, PLAS, PLAS, ahí tiene su recompensa por ello y ahora seguimos, tan solo lleva 17, venga cuente el resto no vaya a perder la cuenta y se lleve de más. Tengo el brazo ya suelto y su culo es todo un poema.

El resto de los azotes los fui contando como pude hasta recibir los treinta, y una vez acabados no me quedaba fuerzas  si quiera ni para levantarme. La señora Luisa se acercó y puso una de sus manos sobre mi trasero, y comenzó a acariciarlo.

Autor: Carta de un lector remitida a la revista Tacones Altos.

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