LAS TRES DE LA TARDE

El sonido del timbre hizo que diese un pequeño brinco en el sofá y mi estómago se encogió. Raquel me miró esbozando una media sonrisa y me dijo en voz baja mientras se dirigía a la puerta —Esté viene para ti, prepárate zorrita.
Momentos después entraba en el salón Raquel seguida de un señor bastante “normal” quiero decir con eso que no había nada en él que
destacase; ni demasiado alto ni demasiado bajo, ni demasiado delgado ni demasiado gordo, de unos cincuenta y tantos, vestido con un traje gris marengo, alguien que podría atenderte perfectamente en un banco. Únicamente me llamó la atención una pequeña maleta que llevaba en su mano derecha.
—Tere—me dijo Raquel— Este señor es Don Mariano, viene a usarte como sumisa, ya sabes, pasa con él a la habitación y complácele en todo lo que te pida. Si necesitas cualquier cosa yo estaré por aquí, ya sabes—Esto último me lo dijo cerrando los ojos y creo que intentando trasmitirme, al menos así lo entendí yo, una sensación de tranquilidad. La verdad es que no sirvió de mucho, pasé a la habitación con Don Mariano y con mi estómago aún encogido.
Colocó sobre la cama la maleta y la abrió, apareciendo en su interior una gran cantidad de fustas, palmetas, pinzas y muchos más utensilios que en aquel momento no conocía, ni de su existencia ni de su uso. Lo que veía no contribuía a tranquilizarme lo más mínimo. Si a eso añadimos que al parecer yo había dejado de existir, ya que mientras él sacaba, seleccionando y observando como si fuese un instrumental altamente delicado, varias cosas de su maleta y las depositaba ordenadamente en la cama a mí no se había dignado en dirigirme ni una sola palabra. Mi angustia crecía.
Terminó de hacer la selección, se quitó pausadamente la chaqueta y la colocó con cuidado en el respaldo de una pequeña silla que había en la habitación, se aflojo el nudo de la corbata y giró la cabeza, creo que para comprobar que yo aún estaba allí, de pie como un pasmarote.
—¿Te vas a quedar vestida toda lo sesión? —Comentó en un tono de voz serio pero no enfadado. Antes había dicho que no era poseedor de nada que destacase… Aún no le había oído hablar y, ya lo creo, tenía una de las voces más bonitas que había escuchado nunca. No, con esa voz no podía ser empleado de un banco, locutor, actor… hasta hipnotizador.
—Desnúdate totalmente— Esa frase me sacó de mi periplo por los diferentes trabajos de Don Mariano.
—Aguantas bien el dolor?—Me preguntó mientras me desnudaba sin prestarme la más mínima atención.
—No lo sé muy bien— contesté —es mi primer servicio en esto— Nada más soltarlo me di cuenta que no debería haber dicho eso. Raquel había comentado que tenía un buen nivel que le iba a encantar. Y, naturalmente, mi respuesta tuvo su toque de atención
—Pues tu jefa me ha dicho, por teléfono, que eras una buena sumisa y tenías un nivel alto, espero tengas el detalle de no dejarla como
mentirosa.
—Voy a darte unas sencillas normas, fáciles de recordar. En primer lugar te referirás a mí siempre como Don Mariano, esa es fácil hasta para una puta como tú. En segundo lugar, espero que hagas todo lo que te pida de manera inmediata y tranquila que no voy a pedirte nada que piense que no puedes hacer, por último, y esto es lo más importante, si en algún momento necesitas parar, por lo que sea, simplemente di “pare” y daremos por terminada la sesión.
Allí estaba yo desnuda delante de él, de pie, sin saber muy bien qué hacer con los brazos y asintiendo con la cabeza; mientras él seguía vestido y elegía una fusta del material seleccionado.
—Arrodíllate delante de la cama y pon tus manos en la nuca y pon la cara sobre el colchón, quiero que tu culo quede bien expuesto.
Me puse en esa posición, cerré los ojos y apreté los dientes dispuesta a recibir sin rechistar los fustazos que llegasen y pensando, que no iba a dejar a Raquel como mentirosa.
El primer fustazo me sorprendió al no ser especialmente fuerte.
—Gracias Don Mariano, eso es lo que tienes que decir después de cada caricia, ¿entendido puta?
—Sí Don Mariano, gracias Don Mariano— contesté
Los azotes fueron incrementando en intensidad y a medida que pasaba el tiempo creo que también la sensibilidad de mi culo aumentaba por el castigo recibido. No conté cuantas veces dije gracias Don Mariano, pero cuando me dijo que me incorporase no recuerdo haber estado nunca tan agradecida ya que además del dolor del culo el de las rodillas era bastante inaguantable .
—Tienes la piel muy sensible, se te ha puesto muy rojito el culo. Un bonito color. Además parece que Raquel tenía razón, apuntas buenas maneras— Hizo una pausa mientras se dirigía de nuevo al material colocado sobre la cama, eligiendo una vara de madera que hizo silbar en el aire agitándola.
—Ahora vamos a dibujar con otro color sobre esa piel tan delicada. Vamos a hacer unos finos trazados de bonito color morado. Quiero que te quedes de pie, frente la pared y apoyes tu cabeza sobre ella, las manos de nuevo en la nuca y los pies ligeramente separados de la pared; el culo bien fuera. ¿Lista?
—Sí, Don Mariano.
El primer golpe con la vara me hizo gritar de dolor y estuve a punto de instintivamente decir “pare”, esta vez no había empezado flojito y además del intenso dolor sentí una fuerte sensación de picor. Inmediatamente, casi sin tiempo de recuperarme cayo un segundo varazo.
—¿Qué pasa con el gracias Don Mariano? ¿Te ha comido la lengua el gato?
—Gracias Don Mariano—dije mientras una lagrima corría por mi mejilla
Está vez si lo conté, veinticinco varazos impactaron sobre mi pobre culo. Cuando terminó dejo la vara directamente dentro de la maleta y comenzó a recoger todo lo que había sacado y no había utilizado, dejando fura solamente unas pinzas japonesas unidas por una cadena.
—Arrodíllate, delante de mí.
—Sí Don Mariano— Agradecí que no me dijese que me sentase, no creo que lo hubiese aguantado.
Puso cada una de las pinzas en mis pezones y tiró ligeramente de la cadena para ver como se estiraban. Acto seguido puso un peso de plomo en el centro de la cadena.
—Muy bien, ahora vamos a ver qué tan buena puta eres— dijo mientras se desabrochaba la bragueta y sacaba una polla, también normal, desde luego no como su voz —Hazme una buena mamada—En ese momento unos golpes en la puerta notificaban que el tiempo se había terminado.
—Tu sigue, concéntrate en ello— Él comenzó a tocarse al poco tiempo sacándola de mi boca y, rápidamente, descargó en mi cara toda su leche. Me quitó las pinzas, me dijo que me levantase y me dio la vuelta para observar su “obra”.
—Precioso, te ha quedado precioso— Cerró la maleta, se colocó la chaqueta y se apretó el nudo de la corbata.
—Ha sido un placer, no dejes esto, lo haces muy bien.
Salió de la habitación y yo me dirigí al baño a limpiarme y a tratar de ver mi culo. ¡¡Caray!! Eso tardaría en tener un aspecto normal. Raquel entró en el baño casi de inmediato.
–Ya se ha ido, estaba encantado; a ver cómo te ha puesto el culo niña.
—Vamos a darle un poco de crema hidratante, en unos días, como nuevo.
Autora: carlita LM
Etiquetas BDSMcarlitaSumisaTravesti sumisa
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