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LA VERDADERA HISTORIA DE SUPERMUJER: CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 2

 

La indignación hizo temblar los músculos faciales de Luisa Lirios, ¿cómo se atrevía Alexia  a espiarla de esa manera?

La rapada millonaria sabía de toda su vida desde que prácticamente la periodista había salido del seno de su madre hasta la actualidad pero ¿qué se había creído?

—Vamos querida, no te indignes así, ya sabes de mis recursos  —dijo Alexia condescendientemente  —. No es tan extraño que mi gabinete de expertas detectives te haya investigado de arriba abajo y que con esos datos, las mejores psicólogas hayan diseñado un perfil de ti, que me ha… sorprendido mucho.

—¿Sorprendido? ¿por qué…?

—Porque somos muy parecidas, excepto por la diferencia de inteligencia … pero no me malinterpretes, no te estoy llamando tonta ni nada parecido, pues aunque tu coeficiente de inteligencia es superior a la media, no puede compararse con el mío, ya que posiblemente, soy la persona más inteligente de este planeta.

—…Y la más modesta, por lo que veo.

—La modestia no tiene nada que ver con esto, solo digo una verdad contrastada por los numerosos test de inteligencia a los que me he sometido desde niña.

—¿Por qué dices que somos parecidas?

—¿Te suena el nombre de Koji Kurawa?

—Si…

—Era el hijo de un rico industrial japonés que vino a este país a hacer negocios. Tu periódico te ordenó hacerle una entrevista y entonces, él se enamoró de ti y en tan solo un año, se convirtió en tu marido ¿cierto…? Hasta que se suicidó y tu suegro te culpó por ello… ¿Verdad?

—Si —respondió Luisa con pesadumbre.

Según mis investigaciones, fuiste feliz a su lado hasta el día de la boda ¿qué ocurrió, Luisa? Cuéntamelo.

La periodista dudó por un instante, los tortuosos recuerdos que creía olvidados volvían a clavar sus garras en su alma y lo hacían con la misma fuerza de antaño.

—Koji era un hombre encantador… muy caballeroso y simpático. Me colmaba de regalos, me llevaba a cenar a los sitios más caros, siempre atento a cualquiera de mis caprichos o necesidades y además, como buen japonés, muy tradicional, pues no quiso mantener relaciones sexuales conmigo hasta habernos casado.

—Entiendo… por lo que sé de ti, ya he deducido que fue lo que pasó, pero me gustaría escucharlo de tus labios —intervino Alexia, susurrando estudiadamente cada palabra que pronunciaba.

—En nuestra noche de bodas… él estaba muy nervioso y yo no, pues había tenido numerosas relaciones sexuales de todo tipo y aunque no esté bien que yo lo diga, siempre fui muy buena en la cama. Además, después de todo un año de feliz noviazgo, estaba verdaderamente deseosa de acostarme con mi marido.

Nos besamos y nos acariciamos con pasión, todo fue bien y yo me puse bastante caliente y chorreando, hasta que llegó la fatídica hora de bajarle los pantalones. Cuando vi “aquello” mi decepción fue terrible ¡la tenía tan pequeña!

Cuando estudié un máster de periodismo en Estados Unidos, tuve un amante negro llamado Bubba con el que me acosté muchas veces ¿y sabes lo que dicen de los negros…? Pues verdad.

Acostumbrada como estaba a miembros viriles tan descomunales como el de Bubba, cuando Koji me la metió, apenas me enteré de nada, él empujaba y empujaba, pero era inútil, su pequeña cosita bailaba en mi interior sin posibilidad de darme el placer que a él y a mí nos hubiese gustado que yo sintiera.

Me enfadé mucho por aquella decepción y en un acceso de rabia y desesperación, le pegué unos cuantos azotes en el culo, al tiempo que le gritaba: “¡muévete más rápido pichacorta!” y entonces algo sucedió que nos cambió la vida a mi marido y sobre todo a mí: descubrí que me excitaba sobremanera humillar a Koji, mientras le azotaba el culo y a él no pareció disgustarle, pues redobló la velocidad de sus inútiles embestidas en mi dilatado interior.

Después de aquella noche, mantuvimos más relaciones sexuales “normales” pero todas terminaban igual: mi marido se corría y yo me quedaba absolutamente insatisfecha por la pequeñez del pene de Koji que tan solo lograba hacerme sentir cosquillas.

Aunque él no tenía micropene, su herramienta no daba la talla ante mis exigencias y yo sufría en silencio por ello.

Un buen día que Koji estaba en el trabajo y yo me hallaba sola en casa, recordé las nalgadas que le propiné en nuestra noche de bodas y el insulto contra la virilidad de Koji y de cómo esto me había excitado, así que decidí explorar un poco en la red, a ver si encontraba algo sobre este tema que me pudiera servir.

Y entonces, tras varias horas de exploración de la red, un nuevo mundo se abrió ante mí… leí y vi un montón de videos que me dieron cientos de morbosas ideas… ideas que yo decidí aplicar en mi matrimonio, con la esperanza de salvarlo.

Empecé en la noche de aquél mismo día. Koji volvió a casa muy fatigado y yo le estaba esperando en casa ataviada solamente con un encantador conjunto de sujetador y braguitas negras de encaje y unos arrebatadores taconazos.

Cuando me vio así, mi marido sonrió de oreja a oreja, prometiéndoselas muy felices, pero cuando se acercó a mí con los pantalones bajados, yo le di un sonoro bofetón en la cara y le forcé a ponerse de rodillas.

Koji se quedó pasmado por mi manera de actuar, pero yo le expliqué que desde ese mismo momento, yo sería la que dictaría las normas en casa y él me obedecería sin rechistar.

Empecé a chupar su cosita para acallar sus protestas, pero para cuando quiso darse cuenta, yo ya tenía un par de dedos dentro de su culo, estimulando su próstata.

Siempre he manejado bien mis dedos, desde mis solitarios días de adolescente y apliqué todo lo que sabía en el recién abierto culo de Koji, hasta que éste no tuvo más remedio que ceder al placer que le dio el orgasmo más intenso que jamás había tenido en toda su vida.

En los días sucesivos, intensifiqué poco a poco mi dominio sobre mi marido, forzándolo a adorar mis pies, hasta que a fuerza de chuparlos y lamerlos, conseguí hacer de él todo un fetichista adicto a los mismos.

Luego le obligué a ponerse braguitas, primero bajo sus pantalones, yéndose a trabajar con ropa interior femenina, luego le acostumbré a vestirse de chica en casa, hasta que le convertí en mi criada sissy.

Por supuesto, durante todo ese tiempo, fui abriendo su culo todos los días y poco a poco, hasta que aceptó con toda naturalidad mis consoladores más largos y gruesos y desde luego, seguí azotándolo con una larga fusta que me compré para llegar mejor a su culo, mientras le dejaba follarme.

A los tres meses de mi dominio sobre él, le compré un aparato de castidad. Aunque sabía que me era fiel, me excitaba la morbosa idea de controlar al 100% su sexualidad, imposibilitándole que se pudiera tocar sin mi permiso, incluso cuando yo no estuviera presente.

Quebré su espíritu del todo cuando le dije que tenía varios amantes mucho mejor dotados que él y que un día iba a traer uno a casa, para follármelo en nuestra propia cama delante de sus narices, cosa que no era verdad, pues aunque la idea me excitaba y mucho, yo no quería llegar tan lejos.

Después de escuchar mi amenaza, Koji bajó la cabeza con total sumisión, aunque creí ver de refilón en él una disimulada sonrisa de incredulidad, lo que me cabreó bastante… Soy bastante cabezota y basta que alguien me diga que no puedo hacer algo, para que lo haga…

Aquél mismo fin de semana, decidida a darle una lección a mi marido, decidí vestirme como una auténtica zorra, con un vestido súper corto y tan ceñido que se me pegaba como una segunda piel y salir de marcha, a ver si cazaba a algún macho para cumplir mi amenaza.

Salí con un par de amigas, bebimos, bailamos y sucedió lo que tenía que suceder: un tipo muy atractivo se me acercó marcando paquete ¡y qué paquete! Nada más verle, me dije que el tipo, por lo demás, muy atractivo, sería perfecto para darle la lección prometida a Koji.

Llegamos a casa besándonos con pasión salvaje, antes de acostarnos en mi lecho matrimonial, el desconocido ya se había sacado la polla por la bragueta y debo decir que no solo había cubierto mis expectativas con aquella herramienta, sino que las había superado ampliamente.

Nada más ver aquel magnífico ariete, mi chochito se abrió de par en par y se lubricó al instante, boqueando por recibir en su interior aquél pollón de los que ya no quedaban.

Aquél tipo sabía lo que hacía, no me la metió al instante, masajeando expertamente mi inhiesto clítoris, mientras me comía la boca como si no hubiera un mañana… Por supuesto, yo sabía que Koji permanecía atado y amordazado dentro del armario, desde donde podía ver todo lo que estaba sucediendo, gracias a la abertura que yo me había encargado de dejar abierta.

Cuando me penetró, grité de placer como una posesa y me ocupé que el cornudo de mi marido se enterase bien de ello: “¡Sí!, ¡fóllame! Tú sí que tienes una buena polla y no el pichacorta de mi marido… ¡Ooooh, me siento llena!”

Cuando mi desconocido amante se marchó tras haberme dado media docena de potentes orgasmos, saqué a Koji de su escondite y sin desatarle las manos, le obligué a lamer mi coño: “¿ves lo abierta que mi amante me ha dejado?, ese tipo me ha follado con una buena polla que me ha llenado entera y me ha hecho sentir cosas que creía no volvería a sentir nunca y que tú nunca podrás darme con tu patética cosita pequeña y delgada”

Le quité el aparato de castidad y dejé que me penetrara: “ahora te toca a ti, desahógate metiéndome esa polla diminuta de la que apenas me entero las pocas veces que te dejo follarme… vaya que durita está… mmmm ¿ya está dentro? Me da risa pensar que tu pequeño pene se pierde en mi interior, pero los orgasmos que ese semental me ha dado, me han dejado muy cansada, así que avísame cuando termines, voy a echar un sueñecito…”

Cuando se corrió, nuevamente le obligué a lamerme el coño para limpiarme todo su semen, luego le azoté durante diez minutos, le coloqué un grueso tapón anal y le dejé dormir a los pies de mi cama…

Aquellas prácticas que tanto morbo me daban, duraron casi un año más, hasta que…

—¿Hasta qué…?

—…Hasta que Koji se suicidó haciéndose el harakiri. Según me dejó escrito en una nota, aunque le gustaba que yo fuera su Ama y todo lo que aquello conllevaba, no podía soportar la vergüenza de ser incapaz de satisfacer a su esposa en la cama como era debido y ser reducido a ser menos que un hombre, siempre vestido de mujer y tratado sexualmente por mí como tal…

—Toma —dijo Alexia, acercando a la periodista un paquete de toallitas de papel, para secarse las incipientes lágrimas que amenazaban con arruinar su rímel.

—Gracias.

—De nada. Después de escuchar tu relato, debo decir que me reitero en mi impresión inicial: ambas somos muy parecidas.

—¿Por qué?

—Porque al igual que tú, yo también disfruto quebrando los espíritus de los machos. Aunque no comparto tus inadecuadas inhibiciones morales.

—¿A qué te refieres…? Yo jamás…

—Por favor, Luisa, no niegues que te gustó lo que le hiciste a tu marido.

Seguro que a pesar de su muerte, aún te sigues excitando en tus noches solitarias, al rememorar todas las deliciosas humillaciones a las que les sometiste, hasta quebrar su voluntad y su ego por completo.

El silencio de la periodista, ahorró la más que previsible respuesta.

—Supongo que ya que nos conocemos mejor, podemos pasar a charlar sobre cosas verdaderamente interesantes.

—Si —convino Luisa —por ejemplo, podrías decirme la razón de tu llamada, a ver si me entero de por qué estoy aquí, tomándome un café en tu despacho.

—Buena pregunta Luisa… pero antes dime, ¿Qué puedes contarme de la llamada “Maravilla de Madrid”? ya sabes a quién me refiero, a la súper-heroína a la que la gente y todos los periódicos llaman Súper Mujer…

Aquella pregunta que la periodista para nada esperaba, la pilló totalmente por sorpresa.

Luisa Lirios sabía que bajo ningún concepto, Alexia Losas debía enterarse jamás que ella era, nada más y nada menos, que la amante secreta de Súper Mujer.

 

Continuará.

 

Autor: Sissy Laurance.

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