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LA CENA (II)

 

Me dirigí a la cocina y el resto me siguió. Había dos bandejas con entremeses, masud rápidamente cogió una y yo la otra y las llevamos a la
mesa, depositándolas sobre ella para que los Señores fuesen sirviéndose según su gusto. masud se dirigió de nuevo hacia la cocina y cogió una botella de vino indicándome que cogiese la otra; estaba claro que él ya había servido al menos una vez una mesa similar. Acercándose a mi me dijo: “primero sirve un poco a tu Amo y espera que te dé el visto bueno, sírvelo por la derecha; después rellenas su copa y luego sirves tu un lado y yo el otro, recuerda, siempre por la derecha”. Una vez servido el vino y de vuelta a la cocina dije a gea y ayla que estuviesen atentas para retirar las bandejas y platos cuando estuviesen terminando.

Cuando retiraron las bandejas de entremeses y los platos, masud y yo servimos dos fuentes grandes, éstas tapadas; al destaparlas sobre la mesa en su interior aparecieron una codornices estofadas que desprendían un magnífico aroma. Me dirigí a Don Mariano con intención de servirle, pero me ordeno que nos retiráramos a la cocina. Los Señores se fueron sirviendo y nosotros solo quedamos para ir rellenando las copas de vino. Recogimos nuevamente platos y fuentes cuando vimos que habían terminado, ayudados por gea y ayla. Finalmente servimos otras dos bandejas llenas de pasteles y cuando dieron buena cuenta de ellos, recogimos toda la mesa.

Don Mariano me llamó en un aparte. Preparar dos cafeteras y mientras se hacen comer lo que haya sobrado. Cuando esté preparado el café preguntas a los Señores si desean café y como lo quieren y los ponéis de nuevo sobre la mesa.

La verdad es que quien compró la comida no pensó demasiado en nosotras, y las sobras eran más bien escasas, afortunadamente creo que
como yo, ninguna teníamos hambre y solo masud es el que iba de una fuente a otra sacando todo lo que podía.

Una vez listas las cafeteras, pregunté a los señores si deseaban café y como lo querían. No hubo grandes variaciones, solo cuatro quisieron café y dos solos y los otros dos cortados y todos con azúcar. Serví yo los cafés y me quedé cerca de la mesa por si me necesitaban, mis
compañeros estaban junto a la puerta al fondo de la sala. Me fijé que mientras habíamos estado comiendo los señores habían vaciado bolsas y abierto maletas y sobre la mesa había un completo y variado arsenal de fustas, floggers, látigos, varas, paletas y hasta un rebenque, de no muy grato recuerdo para mi culo. A todo ello se unían, cuerdas, esposas, pinzas, velas, todo tipo de dildos y consoladores y un largo etc.

Una de las Señoras me llamó, se trataba de Ana la pareja de Rafael, me acerqué a ella y al llegar a su lado puse mis brazos a la espalda y bajé la cabeza en señal de respeto.

—Así que, según nos ha dicho Mariano, eres puta— me dijo.

—Sí Señora, lo soy.

—Lo primero, quítate ese delantal de mierda que llevas y la cofia, quiero verte bien.

Me quité ambas prendas rápidamente y las alejé lejos de mí. La Señora se levantó y miró todo mi cuerpo detenidamente, metió dos dedos en mi boca e hizo que la abriera examinándola, frotó los dedos intensamente por mi lengua e inmediatamente, después de sacarlos
los introdujo en mi culo.

—¿Te gusta putita?

—Sí Señora y más si le gusta a Usted.

—Pues pon las manos en la mesa y pon tu culo bien separado de ella para que quede en pompa. Quiero ver como se folla mi marido a
una puta delante de mí.

Casi de inmediato él, Su marido Rafael se puso detrás de mí, escupió en su mano y la paso por mi culo. Separó un poco más mis piernas y me penetró de manera bastante brusca haciéndome gemir de dolor.

—Mira la putita como goza con Rafael, Mariano.

—Me parece que tu Rafael no es muy delicado Ana, jajaja— Respondió Don Mariano.

—Pues que disfrute que después voy a follármela yo con mi arnés y yo sí que no soy delicada— rio la Señora.

Poco rato después, efectivamente se había colocado un enorme dildo en un arnés y su brusca penetración además de hacerme gritar consiguió que un par de lágrimas aflorarán en mis ojos.

—Mira que eres burra Ana, vas a conseguir estropearla y que los demás no podamos disfrutarla— Dijo uno de los Señores.

—Tienes más culos disponibles Andrés, vete a jugar con otro, además esta puta está acostumbrada a que le rompan el culo ¿verdad putita?

—Sí Señora— contesté.

Siguió un buen rato cabalgándome hasta que después de darme un buen cachete en el culo, saco del todo el dildo y dio por terminado su
trabajo. Pero no fue del todo cierto, me agarro de pelo y me dijo ven conmigo. Me hizo caminar de espaldas hasta llegar a una de las cruces
de San Andrés donde me sujetó mirando hacia la sala. Por unos instantes me percaté que no era la única en ser utilizada. Don Mariano
estaba follándose a ayla, la esclava inexperta, mientras Andrés disfrutaba de un profundo francés con la boca de ayla. Las Señoras Laura y Luisa estaban azotando a dúo a masud que estaba metido manos y cabeza en un cepo aparentemente no demasiado cómodo. Ramón y Fernando se apuntaron a mi cruz junto a Ana.

—Umm tienes unos buenos pezones vamos a ver como aguantan—. Empezó a apretar mis pezones primero con las yemas de los dedos,
después con yemas y nudillos retorciéndolos y finalmente clavando las uñas. Al ver que esta vez no chillaba comentó.

—Mira la putita tiene buen aguante, vamos a divertirnos con ella.

Situó en mis pezones unas pinzas japonesas de las que colgaban unos cubos metálicos. Fue hasta la mesa y cogió una jarra de agua con la que empezó a llenar los cubos mientras mis pezones se estiraban y el dolor se hacía muy intenso. Finalmente terminó llenando ambos cubos y las pinzas aguantaron firmemente sujetas a mis pezones. Quitó los cubos del gancho de las pinzas y lo vertió sobre mi cabeza,
acto seguido hizo lo mismo con el segundo cubo.

—Para que te refresques putita—. Miró a sus compañeros y comentó — Toda vuestra, voy a divertirme con masud, que el año pasado
estuvo muy bien. Ramón me soltó de la cruz y me preguntó si estaba bien.

—Perfectamente Señor— contesté.

—Pues entonces vamos a darte la vuelta y a calentar un poco ese culo— Me pusieron mirando a la pared y esta vez sujetaron a la cruz mis
manos y mis pies. No sé el tiempo que estuve recibiendo castigo en mi culo y mi espalda, pero al final cualquier golpe, por fuerte o débil que fuese, me parecía un auténtico suplicio.

Uno de ellos, no se cual, encontró fascinante el rebenque, lo bien que sonaba y la preciosa marca que dejaba. Mientras el otro dejó muy claro que donde estuviese el látigo corto ningún otro instrumento podía competir con él. Finalmente decidieron soltarme y se dirigieron hacia gea en cuya espalda la Señora Laura estaba confeccionando un bonito dibujo realizado con agujas e hilo rojo.

Nunca había visto algo así y el resultado era tremendamente bello. Don Mariano se percató de que estaba admirando la espalda de gea y me comentó.

—¿Te gusta, puta?

—Sí, mucho, Don Mariano.

—Yo no hago esas cosas tan finas, pero te tengo reservado un bonito fin de fiesta en el que sentaremos a todos a mirar. Espero que lo
disfrutes.

—Seguro que sí Don Mariano.

—Veo que te han puesto el culo y la espalda con un bonito color, me encanta. No has estado aún con Laura y Luisa, ¿verdad?

—No Don Mariano.

—Pues vas a acercarte a Luisa, le dices que te lo he ordenado yo y vas a llevarla a mi sillón, la invitas a que se siente, insiste en que te lo he
ordenado yo, después le vas a quitar los zapatos y vas a hacerle un buena lamida de pies, seguirás por sus piernas y finalmente quiero
que le hagas una comida de coño que no la olvide en su vida ¿de acuerdo?

—Sí, Don Mariano, naturalmente.

Me acerqué a la Señora Luisa y pidiendo disculpas por dirigirme a ella, le informé que Don Mariano me había ordenado que me ocupase de ella y que rogaba me acompañase a Su sillón. Ella miró a Don Mariano y al ver su gesto de afirmación me siguió. Tal y como me lo habían ordenado lamí los pies de la Señora y poco a poco fui subiendo por sus piernas disfrutando coda centímetro de su piel y sintiendo como ella a su vez disfrutaba con mi lengua. No tenía demasiada experiencia lamiendo coños pero cuando llegué a él la Señora estaba muy excitada, decidí lamer delicadamente sus ingles acercándome poco a su coño, haciendo que ella lo desease cada vez más, suavemente fui rodeando sus labios hasta que finalmente comencé a jugar con mi lengua por su interior dejando su clítoris para el final. Luisa terminó cogiéndome por el pelo y separándome

—Puta cabrona, cómo me has puesto. Te voy a comprar a Mariano. Ahora vas a venir conmigo al wáter.

—Como Usted me mande Señora.

Ella echó a andar primero y yo la seguí.

—Métete en la ducha y túmbate boca arriba— me ordenó.

Me quité los zapatos y me tumbé. Ella entró y puso cada uno de sus pies al lado de mi cara, se agacho, me ordenó que abriese mi boca y la lleno con su orina al igual que mi cara y mi pelo. Después se levantó y salió de la ducha.

—Uf, que ganas tenía de hacer una lluvia dorada. Sal de la ducha y lávame los pies en el bidet.

Salí de la ducha, me arrodillé junto al bidet y regulé el agua para que estuviese a una temperatura adecuada, después limpie sus pies y los
sequé con una de la toallas dobladas que había en una estantería.

Ella salió antes que yo del aseo. Sin saber bien que hacer, decidí salir tal cual y acudir de nuevo al Salón.

Don Mariano me vio salir y se dirigió a mí.

—No puedes estar aquí así ahora. Quítate la ropa, métete en la ducha y luego te secas, te pones solo los zapatos y vuelves aquí. Rápido.

Poco después aparecía nuevamente, totalmente desnuda pero limpia. Eché un vistazo desde la puerta del Salón, gea estaba siendo follada por masud, quien a su vez era follado por Andrés, mientras Luisa, sentada frente a ella, se dedicaba a abofetear su cara.

En la cruz de San Andres, ayla era sometida a un fuerte castigo con vara por Laura y Ana, chillando y contando cada golpe con un gracias Señora. Mientras Rafael y Don Mariano disfrutaban de una animada charla. Me mantuve en la puerta esperando pasar inadvertida ya que a estas alturas prácticamente no había parte de mi cuerpo que no estuviese dolorida. Pero no duró nada, Don Mariano se percató de mi presencia y me requirió a su lado. Me acerqué, coloque mis brazos a la espalda, mantuve mis piernas ligeramente separadas y bajé la mirada.

—¿Dispuesta para el espectáculo final?

—Si Don Mariano, lo que Usted mande.

—Pues siéntate en la cabecera de la mesa, justo donde yo he comido y pega bien la silla para que no haya espacio entre tu cuerpo u la mesa.

Me situé como me había ordenado y poco a poco, según fueron terminando los juegos los Señores fueron ocupando sus lugares en la
mesa y los esclavos se situaron detrás de mí. Don Mariano se acercó por mi derecha y situó sobre la mesa justo pegado a mi cuerpo un tablón de madera como de medio centímetro de altura, unos cuarenta centímetros de ancho y largo. Tuvo especial cuidado en que estuviese perfectamente pegado a mi cuerpo. Después cogió dos hilos de bramante y los anudo fuertemente a mis pezones, comprobando que podía estirar fuertemente de ellos sin que el nudo se saliese. Empujó mi cuerpo hacia abajo para que mis tetas quedasen bien pegadas a la tabla, estiró fuertemente de los hilos hacia adelante y los fijó a la parte delantera de la tabla mediante una chincheta. Mis pezones estaban muy estirados y pegados sobre la tabla. Observé que todos los Señores miraban con interés las maniobras de Don Mariano y
deduje que salvo él nadie estaba (estábamos) al corriente del siguiente paso.

—Si tienes que chillar hazlo, seguro que te ayuda— me dijo.

Puso al lado de mis tetas seis clavos. Cogió el primero de ellos con su mano izquierda y lo puso sobre mi teta izquierda justo en la unión de la areola, lo colocó, pinchando ligeramente con la punta el sitio elegido y con un martillo que tenía en su mano derecha golpeó hasta que el
clavo después de atravesar la teta empezó a clavarse en la tabla.

Imposible no gritar y dibujar en mi rostro una mueca de intenso dolor.

—¿A que no ha sido para tanto, zorra?

—No, Don Mariano— mentí.

El siguiente paso fue colocar otro clavo en igual posición en mi teta derecha y posteriormente dos clavos más de manera simétrica a ambos lados de los primeros, de manera que mis tetas quedaron clavadas al tablero cada una de ellas por tres clavos y mis pezones a la
parte anterior por un bramante y unas chinchetas.

Don Mariano clavó el extremo de una correa de cuero a uno de los laterales de la tabla, paso la correa por mi nuca y nuevamente la hizo
descender para clavar el otro extremo en el lado opuesto.

—Levántate zorra, me ordenó.

Con mucho miedo empecé a levantarme lentamente comprobando que el dolor no era mayor que el que sentía estando sentada. Mis tetas
permanecían completamente fijadas al tablero y este se sostenía perfectamente gracias a la correa de cuero.

—Como podéis observar tenemos una camarera que lleva la bandeja incorporada— rio Don Mariano. —Ahora os pido que me ayudéis con la decoración poniendo unas agujas en esas tetas y vertiendo un poco de cera sobre ellas.

Todos los señores fueron pasando y poniendo una o varias agujas, que Don Mariano había repartido, en mis tetas dejándolas al final sin
apenas sitio libre. La señora Laura pidió poner las dos últimas que situó haciéndolas entrar por la parte frontal de mis pezones con cuidado, como Ella dijo, de pasar por el centro del nudo que sujetaba el bramante.

Después de eso comenzaron a echar cera de velas de diferentes colores sobre lo poco que ya podía visualizarse de ellas. Según los
comentarios de todos los asistentes el resultado era precioso. Yo tenía mis dudas de esa valoración.

Observé que todos empezaron a formar pequeños corros lo que me parece indicaba la despedida. Los esclavos se dirigieron al aseo y poco
después salían nuevamente vestidos. Yo, aún con mi tabla clavada me dirigí hacia la puerta de la calle para despedir a los invitados, todos se fueron despidiendo de manera amigable, incluso Luisa me dio un beso y me agradeció una noche fantástica.

Cuando todos se fueron Don Mariano me dijo que pasase nuevamente al Salón y me volviese a sentar. Con cuidado me fue quitando las agujas saliendo, al mismo tiempo la mayoría de la cera. Cortó el bramante liberando mis pezones y, por último con unas pinzas potentes extrajo los seis clavos.

—En el aseo tienes agua oxigenada y desinfectante. Lávate primero con agua y jabón y luego lo desinfectas. Tranquila, los clavos y
agujas estaban estériles. Después recoges todo esto y friegas y recoges la cocina y cuando hayas terminado subes y te acuestas. Mañana te avisaré para llevarte a Madrid.

—Sí Don Mariano, como usted ordene.

Cuando caí al colchón estaba rendida, ese día me había parecido interminable. Sin duda era la cena más rara a la que nunca me habían
invitado a acudir. Tardé en recuperarme del todo una semana, aunque tres días después ya estaba trabajando de puta junto a Raquel, pero de sumisa me había tomado diez días de descanso.

Económicamente… Mereció la pena.

Autora: carlita

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