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HISTORIA DEL BDSM: IRVING KLAW

En Brooklyn, Nueva York, Estados Unidos, un nueve de Noviembre de 1911 la familia Klaw se veía incrementada en un nuevo miembro, un niño al que le fue puesto el nombre de Irving. Su padre, inmigrante judío, trabajaba en el metro como conductor y su madre se ocupaba en lo típico aquellos días de antes de la liberación femenina: de las labores del hogar. Ambos se casaron en otras ocasiones con diferentes parejas, antes y después del matrimonio en el que vio la luz Irving, teniendo un total de tres niños y tres niñas de tales uniones. Y, de entre todos sus hermanos y hermanastros, con quien Irving estuvo siempre más unido fue con Paula, a la que llevaba diez años de epaula-klaw-irving-klaw-dad.

La muerte de papá Klaw se produjo mientras Irving aún se hallaba realizando sus estudios secundarios que, por necesidad económica, debió de abandonar para iniciar una serie de trabajos de pura subsistencia. Pero, por su tesón y esfuerzo, Irving Klaw iba a lograr crear su propio negocio: una librería especializada en la venta de libros y fotos de cine, sita en el 209 de la East 14th Street, al sur de Manhattan.

Y visto que, hacia 1939, la venta de fotos sobrepasaba a la de libros, Irving tomó la decisión de abrir en el 212, al otro lado de la calle, un nuevo negocio: la Irving Klaw Pin-Up Photos, una empresa cuya propaganda externa rezaba así: “Fotos tipo Pin-Up de sus estrellas del cine favoritas, escenas de las últimas películas, bellezas en bañador, famosos vaqueros de la pantalla, cantantes y directores de orquesta”.

En ese negocio de venta de fotos de Klaw, una especialidad, la de las fotos tipo pin-up (o sea bellezas poco vestidas), experimentó un rápido crecimiento en los años que precedieron y sobre todo durante la Segunda Guerra Mundial. Eran tiempos en que ningún soldado yanqui se hubiera atrevido a enfrentarse a los boches o nipones sin llevar encima la foto de su  pin-up favorita, para que le diese suerte; por lo que se vendieron miles de algunas de las fotos de esas hermosuras, como por ejemplo la tan popular en que Betty Grable posaba de espaldas, mostrando sus famosas y tan apetecibles piernas.  Y, naturalmente,  con tal demanda el negocio de Klaw creció y creció.

Pero el auténtico punto de inflexión en la vida profesional de Klaw, el hecho que le consagró como uno de los grandes precursores de la imaginería fetichista y le hizo merecedor de un nicho en el panteón de los grandes del BDSM, se produjo un día de 1947. Ese día, un rico hombre de negocios entró en la tienda del número 212. Se trataba de un cliente habitual, al que Klaw ya había vendido muchas de las fotos de su archivo, pero aquella mañana el cliente, cuyo nombre Irving siempre mantuvo en secreto, le pidió algo especial, algo que no estaba en el archivo de la tienda: fotos de bondage femenino, es decir, de modelos atadas.

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Klaw no disponía de fotos de ese tipo, pero no iba a decepcionar a un buen cliente, ni perder la ocasión de ganarse unos dólares. Así que, esa misma noche, en la trastienda, con su propia cámara y la colaboración de unas modelos, tomó las primeras fotos de lo que iba a llegar a ser el más importante catálogo de imágenes de bondage de la Historia. En efecto, diez años más tarde más de diez mil negativos de este tipo de fotos se acumulaban en su almacén.

Gracias a esta oferta novedosa, que conectaba con los fantasmas eróticos de un gran número de sus conciudadanos, y que pronto incrementó con películas e historietas dibujadas,  eso sí, siempre girando en derredor a los temas del bondage, con algunos toques de spanking y dominación femenina, Klaw fue creando un pequeño imperio, y pudo amasar una modesta fortuna.

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Dirigía personalmente su empresa familiar, ayudado por su hermana Paula y por el marido de ésta, Jack Kramer, un ex-camionero. Y gracias a sus constantes esfuerzos por mejorar su oferta, logró que la calidad del material, tanto el que producía él mismo como el que encargaba a selectos colaboradores, fuese en constante aumento.

De hecho, en esos años su tienda llegó a convertirse en una especie de Meca para los aficionados a este género; que acudían o escribían al 212 para lograr imágenes de los mejores artistas, tanto de la lente como de la plumilla, y también de las más bellas modelos, esas mujeres atadas o que atan, que aún hoy admiramos en las fotos que nos ha legado la Historia del BDSM.

Como ya se ha dicho, en su catálogo no sólo había fotos, pues Klaw encargó bien pronto (según parece a un pariente que decía saber dibujar), la realización de una historia protagonizada, naturalmente, por unas damiselas atadas. Cuando la tuvo en su poder la incluyó en su catálogo… y ¡a venderla!

No pasó mucho tiempo y el correo le trajo a Irving una carta de protesta de un joven lector que había adquirido los dos primeros episodios de la historieta y se quejaba del pobre estilo gráfico del artista, llegando a afirmar que él mismo lo podría hacer mejor. Klaw le tomó la palabra: le contestó de inmediato, pidiéndole le mandase algún original, para su posible publicación.

Realmente el insatisfecho joven, hijo de inmigrantes rusos, no debería haber podido hacerlo mucho mejor que el ignoto pariente de Klaw, pues sus únicos pinitos artísticos, hasta el momento, habían consistido en unas copias de los comics de sus artistas favoritos, realizadas por pura afición en los escasos momentos de ocio que le dejaban sus múltiples ocupaciones (todas ellas mal pagadas y de lo más normalillo, como la de camarero; otras menos corrientes, como la de lanzacuchillos). Pero, sin arredrarse por su inexperiencia,  preparó unas muestras y se fue al 212 a enseñárselas a Klaw.

¡Cuál sería su sorpresa al ver que éste le ofrecía ocho dólares por página! Y, cuando el ya mítico editor le preguntó al “artista” con qué nombre iba a firmar sus trabajos, el joven no lo pensó mucho: variaría algo su propio apellido, Stenten, para americanizarlo un poco…  en ese momento, en la tienda de Klaw, nació Eric Stanton, quizá el más grande de los dibujantes que haya tenido el BDSM.

Stanton empezó produciendo para Klaw algunas series propias como Battling Women (Mujeres batalladoras) o Fighting Femmes (Hembras luchadoras), y luego se hizo cargo de las series que había venido realizando, con poco acierto, el tal G (¿el familiar de Klaw?). Los guiones eran escritos por el mismo Irving, quien eludía cuidadosamente toda implicación sexual, con el fin de evitar problemas con las excesivamente puritanas autoridades de la época.

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Durante esta primera época artística, el nuevo joven valor de la cuadra de Klaw fue muy influenciado por el trabajo y la personalidad del dibujante y fotógrafo John Alexander Scott Coutts, más conocido por su seudónimo artístico de John Willie, de quien, en ese momento, Irving estaba publicando su hoy conocidísima historieta Sweet Gwendoline (Dulce Güendolina), porque Willie se había quedado sin trabajo, al verse obligado a cerrar su propia publicación, la mítica revista fetichista  Bizarre.

A principio de los cincuenta, Klaw le ordenó a Stanton hacer un trabajo del que luego siempre se arrepentiría: la censura de los originales del episodio de la citada historieta (Gwendoline) titulado “The Missing Princess” (La Princesa desaparecida). Para evitar hacer daños al arte original de Willie, Eric sugirió emplear hojas de acetato transparente, que serían colocadas sobre las planchas originales, pero Irving insistió en que llevase a cabo el trabajo de pintar bragas y sujetadores directamente en el papel, con lo que se alteró irremediablemente el arte original.

En 1952 Irving, que desde el principio de su relación había mostrado un afecto casi paternal por el joven Stanton, le sugirió que acudiese a una academia especializada en la enseñanza del dibujo de los comics, la School of Visual Arts, en donde Eric iba a conocer a grandes artistas, como Will Eisner, Steve Dikto (con quien posteriormente colaboraría), pero sobre todo, a un joven artista negro, ayudante de Eisner, al que Stanton descubrió grandes cualidades y al que sugirió que trabajase para Klaw. El joven negro, Gene Bilbrew, aceptó y comenzó a realizar su obra erótica con el seudónimo de Eneg (convirtiéndose otro de los grandes autores de la ilustración fetichista).

También por ese tiempo se inició la colaboración de Klaw con una joven modelo, de nombre Betty Page, quien al poco tiempo se convertió en la más vendedora de las artistas del bondage de las producciones de Irving, así como una de las reinas indiscutibles de la historia del fetichismo, la pin up fetichista por excelencia. Betty aparecería en los siguientes años en centenares de fotos, así como en algunos cortos de cine de 8 milímetros. Y a tanto llegó su fama que, en uno de sus primeros números, la mítica revista Playboy la mostró en uno de sus desplegables.

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En 1957, con el fin de separar su cada vez más importante negocio de bondage del otro, menos productivo, pero legalmente más “respetable”, de venta de fotos de cine, Klaw trasladó el primero al número 35 de la Montgomery St., en Jersey City, y le dio el nombre con el que iba a alcanzar su máxima fama: Nutrix Co.

La Nutrix pronto se popularizó entre los aficionados de los inicios del BDSM impreso con sus publicaciones de 64 páginas en blanco y negro y tamaño de bolsillo, hoy artículo cotizadísimo entre los coleccionistas.

Pero en  aquellos Estados Unidos de la “caza de brujas” y la guerra fría, con el loco (y travestido en la intimidad) Director J. Edgar Hoover al frente del FBI y con el borrachín Senador Joseph MacCarthy expurgando a los comunistas (reales o imaginarios), aquellos Estados Unidos endógamos, dominados por la llamada “mayoría moral”, no estaban preparados para soportar ninguna disipación erótica, sobre todo aquella que podía ser calificada de “perversa” (o, más vulgarmente, “rara”), y si bien eran muchos los ciudadanos que ansiaban poner sus manos sobre material erótico del tipo que estaba produciendo Klaw, y aún mucho más los que suspiraban por una mayor libertad sexual, las autoridades, jaleadas por los sempiternos “defensores de la moral pública” seguían cercenando todo intento de saltarse los muy estrechos límites impuestos a la libertad de expresión por lo reaccionario de la legislación del momento.

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Ya durante los años cincuenta, Klaw y su cuñado Jack Kramer habían sido acusados por esas autoridades censoras de toda una serie de “crímenes”, siendo la más grave de todas las acusaciones que les fueron hechas la de “conspiración para utilizar el Correo de los EE.UU. para enviar materiales obscenos”, lo que, para mayor peligro para ellos, era un crimen federal.

Total que, el 27 de Junio de 1963, Klaw y Kramer fueron llevados ante los tribunales por la acusación arriba citada, siendo dejados en libertad provisional tras pagar fianzas de diez mil dólares el primero y cinco mil el segundo. Más tarde, celebrado el juicio, fueron hallados culpables y aunque la sentencia sería luego anulada por un Tribunal Federal de Apelaciones, la capacidad de resistencia de Irving a esa feroz persecución ya se había desmoronado, ante el implacable acoso y la persecución legal de esos que siempre han odiado la libertad de los demás.

De modo que, moralamente hundido y desamparado por la Justicia (?), Klaw tomó una triste y desesperada decisión, que siempre será llorada por todos los aficionados al fetichismo: condenar al fuego a la totalidad de su archivo de originales de fotos de bondage, y abandonar por completo el negocio de las fotos de erotismo fetichista, para dedicarse únicamente al más “legal” de las relamidas imágenes de cine.

Fue ésta una tragedia que, a pequeña escala (aunque grandísima para ese campo especializado del fetichismo, claro), puede ser comparada a otros momentos luctuosos de la Historia de la Cultura, como puedan ser el incendio de la Biblioteca de Alejandría, o las quemas de libros por los nazis.

Los “bienpensantes” habían ganado una batalla más y la libertad perdido otra. Y, tras ese triste episodio, Klaw, psiquicamente derrotado y físicamente hundido, ya no levantaría cabeza. La muerte de su esposa, Natalie, tras 24 años de feliz matrimonio, acabó de restarle ansias de vivir. Ocho meses más tarde, el 8 de Septiembre de 1966, Irving sucumbió a una peritonitis.

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Entretanto, su pequeño imperio, herido de muerte, había sido despedazado y devorado por la competencia, que había contratado a sus mejores colaboradores… e incluso algún aprovechado no dudó en copiar el formato y estilo de publicaciones, poniendo tales burdas copias en el mercado bajo el nombre de una espúrea marca: Mutrix, que quería recordar (y aprovecharse de) la famosa de Klaw.

De los artistas de las historietas de la cuadra de Klaw, John Willie no llegó a ver el hundimiento del imperio Klaw, pues murió en 1962. Y también Eneg pasó a mejor vida en 1974. Eric Stanton siguió muchos años más al pie del cañon (falleció en 1999), trabajando incansablemente en la producción de nuevas series, que ofreció a la afición a través de su propia empresa de venta por correspondencia, mientras vivía con su hijo y su esposa, una noruega alta que, como no podía ser menos, siempre usaba, incluso en su casa, zapatos de tacón de aguja, medias negras con costura y guantes. A su muerte, sus familiares se hicieron cargo de su herencia, y siguen explotando su obra, sobre todo por Internet.

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Por su parte, la modelo favorita de Irving, Betty Page también desapareció súbitamente de la escena, en 1957, cuando Klaw aún seguía en el negocio pero ya empezaban los ataques de acoso y de rribo por parte de los censores. Sobre esta desaparición surgieron diversas hipótesis: se dijo que se había suicidado, que había sido asesinada, inclusive que se habría metido monja. La verdad, mucho más prosaica,  fue que, temerosa por el giro que estaban tomado los acontecimientos con la ofensiva de las autoridades, decidió pasar al anonimato… del que finalmente la sacaron, algunos de sus fans (como veremos en otro artículo de esta serie, a ella dedicado). Incluso acudió, hasta su muerte en el 2008, a reuniones de aficionados a las fotos de pin-ups, donde era festejada como se merecía la mayor de las modelos de la historia del fetichismo.

En cuanto a Paula Klaw, siguió manejando los restos del imperio creado por Irving, tanto la parte “legal”, dedicada a la imaginería del cine, como a los derechos de su antigua producción fetichista, viviendo únicamente para el recuerdo y la veneración de su hermano fallecido.

Fallecido sí, pero no olvidado por los aficionados, que siguen coleccionando la obra de este precursor, ya sea la original (que puede alcanzar precios prohibitivos en los libreros anticuarios especializados), como las numerosas reediciones de sus obras. Reediciones que, desgraciadamente, han de ser obtenidas por la reproducción de lo entonces publicado por Klaw, dada la irreparable destrucción de los originales a la que le abocaron sus inquisidores… aunque, como se ve, ni así pudieron borrar, como habría sido su deseo, la obra de este precursor.

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Por su vida, y por su obra, que sigue con nosotros, Klaw tiene un lugar imperecedero en la historia del BDSM.

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