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EL ÁNGEL MASOQUISTA

Eran las 20:00, la oficina estaba por cerrar y Alba, la bellísima mujer de inusual pelo blanco como la nieve, largo y bien arreglado, se despedía de sus compañeros de trabajo mientras recogía unos últimos informes de facturación que debía presentar rellenados por la mañana en la mesa del jefe de sección. Mientras Alba se agachaba para recoger unos papeles que se le habían caído al suelo por accidente, sus compañeros de trabajo masculinos no pudieron evitar dar una mirada furtiva a la raja de su falda de vestir y a sus pechos que se resaltaban contra la ropa al ser impulsados hacia delante.

Cuando Alba volvió a levantarse con los papeles en la mano los voyeurs intentaron disimular lo que habían estado haciendo hablando entre ellos o continuando con lo que les ocupaba, pero Alba sabía que la habían estado devorando con ojos lujuriosos, y no les culpaba. En verdad una belleza como la suya era muy rara, y, ese carácter insólito, exótico, era lo que la hacía irresistible. No todos los días se ve a una chica con un cuerpo que parece esculpido por los mismos dioses, con unos senos perfectos, una figura esbelta con curvas de infarto y una bella y aurea proporción de medidas, una piel suave y limpia como la seda de más exquisita calidad y un pelo blanco brillante que se extiende al viento como si fuera el ala de un ángel. Si, precisamente esa sería una buena definición para Alba; era un ángel, un ser angelical caído del mismo paraíso que deslumbraba a quien quisiera que la viera con su belleza, los hombres de toda la Tierra estaban indefensos frente a su encanto, y todos se encontraban condenados a desearla en sus más íntimas e intensas fantasías eróticas. Alba representaba, para todos los varones del mundo, la fruta prohibida que todos querían probar.

Alba acabó de meter los papeles en su cartera de mano y se despidió de sus compañeros de oficina. Ser funcionaria del Ministerio era un trabajo sacrificado, pero su sueldo era más que suficiente como para que le permitiera vivir sin apreturas; vestía a la última moda, tenía una casa y un coche de categoría y todos los veranos se iba de viaje al extranjero. Se podría decir que la vida de Alba era la vida de cualquier mujer potentada y respetable, pero Alba también tenía un secreto, un secreto que nadie más que ella sabía y del que se cuidaba mucho que jamás saliera a la luz.

Por muy sorprendente que pueda parecer, para Alba siempre fue muy difícil, desde el instituto, encontrar pareja, su gran belleza se convertía en algo casi intimidatorio para todos los que se le acercaban. A esto se sumaba su orientación sexual hacia la sumisión, para Alba era casi imposible correrse si no se sentía dominada o maltratada por su pareja, es más, su primer novio, a los 16 años, salió huyendo cuando ella le confeso sus tendencias masoquistas.

Durante bastantes años Alba se sumió en una profunda crisis de autoestima, ¿de verdad era una pervertida o una desviada por gustarle que la maltrataran en la cama? a lo mejor es que los tíos se acojonaban cuando una chica tan refinada y guapa como ella les suplicaba que la torturaran y la follaran como si fuera la más baja de todas las putas de puerto. Tras acabar la Universidad y conseguir un trabajo estable como funcionaria, que le aseguraba estabilidad laboral y económica, Alba decidió resolver su problema como fuera, por el bien de su salud mental y emocional. Tras varias tentativas fallidas de conseguir un noviazgo estable Alba decidió que era el momento de aplicar grandes soluciones e hizo lo que nadie imaginaría que hiciera, y menos siendo una belleza albina como ella: recurrir a la prostitución, ¿salida poco honrosa? si, ¿aceptación de la derrota? tal vez, pero solución, al fin y al cabo. El hecho fue que, si nadie quería satisfacer sus deseos masoquistas, ella misma debería pagar a alguien para que así lo hiciera. El dinero no era problema, el único problema era dar con la persona más capacitada y profesional, así es el mundo, quien paga exige. Alba estuvo varios meses entrevistándose con numerosos profesionales del sexo BDSM para seleccionar al que más se ciñera a sus exigencias y, finalmente, encontró lo que buscaba. Se trataba de una dominatrix de unos treinta y pocos años, Sandra, decía que se llamaba, de pelo castaño, buen físico y con una interesante tendencia natural hacia el sado. A Alba le daba igual montárselo con una tía que con un tío, lo que quería era satisfacción, recibir lo que pedía a gritos desde hacía tanto tiempo y, a ese propósito, concretó la primera cita con Sandra en su casa particular.

Su primera noche con esa dominatrix fue uno de los momentos más sexualmente gratificantes de los últimos años y, dado que Sandra cumplió con creces sus mejores expectativas, decidió suscribir un contrato formal con ella, por el cual, a cambio de unos nada despreciables honorarios, la dominatrix se comprometía a satisfacerla todas las noches de viernes desde las 21:00 hasta las 24:00 horas.
Con el pensamiento centrado en la expectativa de que esa noche disfrutaría de una intensa sesión de sexo con Sandra, como venía haciendo todos los viernes desde hacia casi seis meses, Alba subió a toda prisa a su Mercedes y condujo a toda velocidad hasta su chalet en las afueras de la ciudad, en un suburbio residencial. Un impoluto Land Rover negro ya estaba aparcado en la puerta de su casa y una mujer de sobra conocida para ella estaba junto a él, fumando cigarrillos con gusto a chocolate.

Alba aparcó el coche al lado del Land Rover y saludó a la mujer.

—Hola, Sandra, buenas noches, ¿cómo vamos?

—De puta madre.

—Me alegro, pasa.

Dijo Alba abriendo la puerta de la casa e invitando a su acompañante a entrar. Las dos pasaron al interior del chalet, todo en él daba a entender la holgada posición económica de la propietaria, los muebles eran de madera noble, los tapizados, moquetas y alfombras de excelente calidad y las estancias amplias, espaciosas y llenas de ostentosos objetos de lujo, tanto decorativos como funcionales. Subieron por las escaleras hasta el dormitorio y, una vez allí, frente a la amplia cama de matrimonio, Alba se soltó la coleta del pelo y comenzó a desvestirse, quitándose la blusa y la falda de vestir.

—Tienes el dinero donde siempre.

Le dijo a Sandra. Esta fue hasta la mesilla de noche y tomó un fajo de billetes que estaba sobre ella, comenzó a contar el dinero.

—Veo que te has comprado un coche nuevo.

Señaló Alba mientras se bajaba la falda y la arrojaba con el pie lejos, quedando en ropa interior frente a Sandra, que había acabado de contar los billetes y se los guardaba en el bolso.

—No debe extrañarte con lo que me pagas, querida…

Alba sonrió de forma inocente, como restándole importancia. Sandra dejó sobre una silla su bolso y también se desvistió, venía preparada, bajo la ropa tenía un conjunto de apretado cuero negro digno de la Ama dominante que era; altas botas de tacón que le llegaban hasta el muslo, manos enguantadas en unos rubbers que subían hasta sus antebrazos y un arnés a juego que cubría su vientre, dejando al descubierto sus pechos. Sandra avanzó hacia Alba y le agarró con brusquedad por la barbilla, forzándola a besarla, luego la comenzó a acariciar mientras la liberaba del sujetador y le bajaba el elástico de las bragas. Alba suspiraba y gemía de excitación mientras su cuerpo desnudo era devorado, azotado y sobado a placer por las expertas manos enguantadas de Sandra, que se deslizaron hacia sus dos agujeros, comenzando una frenética masturbación. Los gemidos de Alba pronto se convirtieron en exclamaciones de apremio, mientras suplicaba a su Ama que la tratara con más brusquedad. Sandra la complació y la besó con frenesí mientras intentaba meter a la fuerza sus manos enteras dentro del coño y el culo de la sumisa. Alba estaba toda congestionada, respiraba con dificultad, su mirada se perdía en el vacío, sacaba la lengua como una perra mientras sus orificios eran violentamente penetrados, suplicando a gritos que fuera más brusca, que la rompiera en dos, mientras sus jugos vaginales chorreaban sin parar hasta el suelo por sus piernas o goteando directamente desde su coño.

—¡¡¡Aaaaahhh…!!! ¡¡¡siiiii…!!! ¡¡¡no… paresssss!!!

Sandra notó que ella estaba apunto de correrse, por lo que de inmediato interrumpió sus estímulos y extrajo sus dedos de las dos cavidades que ocupaban. Alba se quedó mirándola con consternación, temblorosa y respirando con dificultad a causa de la excitación.

—No… no pares ahora… mira como… me has puesto… joder… deja que me… corra…

Sandra tomó a Alba del cuello y la tiró con violencia sobre la cama, asestándole una bofetada con la mano abierta que resonó por toda la habitación como un eco.

—¡Cállate, yo soy tu Ama, solo te correrás cuando yo diga que lo puedes hacer, ¿entendido zorra?

Alba parecía al borde de la extenuación, estaba sobre el colchón, extendida cuan larga era, sin fuerzas para moverse, mientras aún disfrutaba del delicioso escozor que invadía su mejilla dolorida.

—Si… mi ama… yo… soy su zorra… por favor… castígueme… castígueme duro…

Sandra fue hacia la cercana cómoda y abrió un cajón.

—Efectivamente eso es lo que haré, ¡no aguanto a las perras como tu que solo piensan en correrse inmediatamente! Veamos… ¿qué sería lo más adecuado?

Tras un minuto de reflexión Sandra extrajo del cajón tres consoladores de diversos formatos y unos cuantos vibradores, además de un rollo de cinta americana, que tomó en sus manos y desplegó, dirigiéndose luego hacia la postrada Alba con él en las manos. Con gran rapidez y habilidad, Sandra cubrió primero los ojos de su sumisa con varias pasadas de cinta, la cortó con los dientes para separarla del rollo y luego se dedicó a atar con la cinta los brazos y las piernas de Alba, plegándolos sobre si mismos. Sandra, hecho esto, tomó el mando del aire acondicionado y lo puso a toda caña, de tal forma que en la habitación comenzara a hacer un calor infernal. Al poco, Alba arrancó a sudar a mares, todo su cuerpo desnudo estaba empapado de sudor mientras forcejeaba inútilmente contra sus ataduras, despidiendo nubes de vapor con cada respiración.

—¿Que… qué pasa?… hace… calor… mucho calor… no puedo… respirar…

Sandra se acercó a ella con dos pequeños vibradores en la mano.

—Te aseguro que dentro de poco eso te importará una mierda.

La dominatrix tomó nuevas tiras de cinta adhesiva y fijó los dos vibradores en cada uno de los pezones de ese sudoroso cuerpo desnudo, para luego activarlos a toda potencia. Alba se convulsionó y lanzó un grito de placer al sentir sus pezones estimulados a un tiempo tan violentamente.

—No te vas a correr todavía, cielo, a penas empezamos, ni siquiera estamos cerca de terminar.

Sandra tomó los tres consoladores y se posicionó en la entrepierna de Alba, su sexo, por la forma en que le había inmovilizado las piernas, estaba deliciosamente abierto y expuesto y la chica, con los ojos tapados, completamente indefensa, se revolvía como una anguila, intentando imaginar qué nuevo martirio vendría a incrementar su placer. Sandra aplicó su lengua al coño de Alba y le realizó un lento y suave cunnilingus mientras la acariciaba y penetraba con los dedos, luego introdujo un consolador en ese sexo que había dejado tan abierto y excitado a causa de sus lascivos toques y lo empujó lo más profundo que pudo, intentándolo clavar hasta el útero. Alba lanzó un agónico gemido al sentirse penetrada y luego un grito de dolor cuando sintió que Sandra le clavaba en el sexo a la fuerza los otros dos consoladores. Sorprendentemente, tras un momento de dolorosa resistencia, los pliegues de su vagina se distendieron hasta límites nunca imaginables y permitieron la entrada a esos dos arietes, que ocuparon a la vez el lugar que ya ostentaba el primero de ellos sin quedar ni mucho menos rezagados en cuanto a profundidad. Alba gritaba de dolor mientras sentía que su vagina era brutalmente desgarrada, unas lágrimas descendieron por sus mejillas desde sus ojos vendados mientras decía, con voz quebrada y jadeante:

—¡¡¡AAAAAHHHH!!!, ¡¡aaaaaahhh!! ¡aaahh! ¡si… des… desgárrame… destroza mi… mi sucio coño… castígalo… así de duro… no pares… no importa si… me rompo… quiero… quiero que me… revientes… ¡joder… me voy a… morir… de placer…!

Sandra rio por lo bajo de forma traviesa.

—Aún no has visto nada, ya verás nena, esto va a ser la hostia.

Sandra tomó nuevas tiras de cinta americana y fijó los consoladores al pubis de Alba, para evitar que pudieran salirse, luego tomó el mando de la función vibradora de los tres juguetes y la puso a toda leche. Los consoladores comenzaron a agitarse y a vibrar con violencia dentro del coño de Alba y esta comenzó a retorcerse como nunca mientras emitía gritos infrahumanos de dolor y placer extremo, estaba como poseída, se revolvía como una bestia herida mientras clamaba fuerte, profiriendo un montón de lúbricas obscenidades y chillidos, su rostro estaba completamente sonrojado y aborrajado mientras abría la boca para poder sostener su agitadísima respiración, sacando la lengua, despidiendo nubes de vapor, su cuerpo se agitaba por completo presa de una especie de descarga eléctrica mientras los vibradores de sus pezones y los tres consoladores de su coño la empujaban con violencia hacia el éxtasis, que sobrevino como un cataclismo, poniendo en tensión hasta el último músculo de su cuerpo. Alba se arqueó violentamente y gritó con sus últimas fuerzas:

—¡¡¡NO AGUANTO… MÁS… JODEEEEER… ME… CORROOOOOO…!!!

Sandra se quedó contemplando, sentada sobre la silla del tocador, como Alba disfrutaba de un intensísimo orgasmo mientras gritaba como una condenada en medio del éxtasis, como el artista que disfruta viendo su obra acabada después de un duro trabajo. El coño salvajemente penetrado de Alba era una autentica fuente que no cesaba de emanar fluidos a chorros, empapando el colchón.

Finalmente, el tembloroso y sudoroso cuerpo atado de Alba cayó lánguido sobre la cama, mientras la chica gemía por los espasmos post-orgásmicos y resollaba sin parar en desesperados intentos por recobrar el aliento.

Sandra sacó un cigarrillo con sabor a chocolate y lo encendió, aspirando la primera calada con deleitación mientras no paraba de observar ese cuerpo femenino desnudo, inmovilizado y semiinconsciente que yacía frente a ella.

—Sin duda eres una zorra masoquista sin remedio, cielo. Pero verte en este estado me pone tan cachonda que me estoy pensando ofrecerte una sesión gratis.

Sandra esbozó una ligera sonrisa y tomó otra calada del cigarrillo, mientras aún llegaba a sus oídos los débiles jadeos y suspiros de Alba. La dejó descansar en lo que acababa de fumar el pitillo y luego se levantó, se acercó a ella y comenzó a desatarla, retirando las tiras de cinta americana que inmovilizaban su cuerpo desnudo, trémulo y sudoroso.

 

Autor: Master Spintria

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