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AMA DE ALQUILER

Él la había regido, tal y como acostumbraban, frente a la tapia del cementerio de Les Corts. Durante media hora había estado esperando que Madame Marcela acabase un servicio, sentado en el coche, con el motor apagado, escuchando, como solía, música de ópera. Había podido admirar como el sol se ponía tras los edificios de la Universidad tiñendo el cielo de tonos rosados, más tarde carmesí para acabar muriendo en un profundo azul ultramar.

Mientras la conducía a su casa, se deleitaba contemplando al travestí. Bajo el abrigo de polipiel, el musculado cuerpo oscuro de la mulata aparecía cubierto solo por unos shorts de vinilo rojo, unas medias oscuras y unas botas altas de plataforma, fabricadas en charol rojo, que llegaban a medio muslo y acababan en unos tacones aguzados como saetas. Las morenas piernas de defensa central se exhibían hercúleas asomando entre los shorts y la parte superior de las botas. Sus sólidos pechos apuntaban enhiestos y afilados por debajo del gabán abierto.

En el trayecto a través de las calles de la ciudad en dirección a la parte alta, ella se recompuso el maquillaje y su peluca mirándose en el espejo de respeto. Antes de que él se diese cuenta, absorto en su observación del fornido cuerpo de su Ama, ya estaban próximos a su casa y, sin darle tiempo a reaccionar, ella le colocó la mano en una pierna, y subiéndola pausadamente alcanzó el bulto que crecía en su entrepierna, lo acarició con los dedos. Sin dejar de sonreír, le dijo:

– Cuando lleguemos a tu casa, me apetece descansar en tu sofá y relajarme. Tú te meterás en la alcoba, y te vestirás como a mí me gusta, y una vez vestida, me servirás un café… y todo lo que a mí me apetezca. ¿Estás de acuerdo?

A él se le aceró el corazón de golpe, y  a la vez notaba como su miembro crecía entre los dedos de su Ama. Se avergonzó por un momento de que su Ama se diera cuenta lo que le habían excitado estas palabras.

Santos no lo podía controlar, pero le costaba aceptaba de golpe ese cambio, por mucho que eso le estaba excitando. Quería dejarse llevar por ese entusiasmo, y lo estaba consiguiendo a medida que su pene iba reaccionando a los hábiles dedos de su Ama. Se hubiera podido correr en ese momento, pero su Ama le conocía muy bien, y por eso aumentaba y disminuía el ritmo de su mano, llevándole al límite del orgasmo, pero frenando cuando veía que su sumiso perdía el control. Ella lo notaba por el modo en que él gemía y separaba las piernas ofreciéndole su miembro.

– Esta noche vas a ser muy puta para mi, me vas a servir como una criada, y mientras cene te vas a masturbar como yo te diga, y mantendrás mi polla dura durante toda la velada. – Le dijo Madame Marcela.

Ya no sonreía mientras decía esas palabras. Sus caricias se habían vuelto más severas, manoseando su polla descubierta a placer, estrujando el miembro entre los dedos hasta hacerle gemir de dolor, pellizcándoselo y estirando hasta oír sus gemidos de placer. El Ama sabía que él estaba incómodo manejando el coche en esa situación y que deseaba llegar a su casa lo antes posible.

Una vez hubo estacionado y apagado el motor, salió del coche, dio la vuelta y le abrió la puerta a su Dómina. Ella tomó su mano y descendió procurando pisarle con el estilete que era el tacón de su bota. La mueca de dolor del esclavo pareció complacerla. Marcela decidió jugar a masturbarlo un poco más en el garaje sin levantar el tacón de su pie, así que, se incorporó y asiéndolo con una mano por el cabello, siguió restregando su pene, ordenándole que le abriera la bragueta.

Él ya no conocía donde se encontraba, la excitación hacía que no pudiera pensar en la situación. Bajó la cremallera de la bragueta y dejó brotar su miembro, rígido y ardiente. Solo deseaba que su Señora le permitiera correrse, ya no aguantaba más, solo sentía la mano de su Ama frotando su polla, su otra mano estirándole del pelo, haciendo que su cabeza ladeara hacia donde Madame Marcela quisiera.

De repente notó como ella dejaba de acariciarle y mirándole a la cara le dio una bofetada de esas que a él le descolocaban, y a la vez le hacían sentirse más sumiso, por completo en sus manos.

– Vamos arriba.

Apartándose a un lado, Santos mansamente la dejó salir del coche. Marcela se situó tras él para verle caminar por detrás, pellizcándole las nalgas a medida que iban subiendo las escaleras. El elegante traje de lana fría no era una defensa ante los rabiosos dedos del transexual.

– Maricón, párate y agáchate un momento.

Él obedeció sin pensarlo, allí, en mitad de las escaleras se agachó apoyando las manos en un escalón superior. El pene colgaba ridículamente a través de la bragueta que no se había acordado de cerrar. Fue consciente de que la chaqueta abierta y la corbata de seda italiana rozaba el suelo grasiento, pero en esa posición le ofrecía los glúteos a su Ama por primera vez aquella velada. Ésta se puso a su lado, una de sus manzanas de estibador le estrujó una nalga, mientras con la mano libre le azotaba violentamente el otro cachete.

El sumiso apretó los dientes y empezó a revolver el culo porque le estaba abofeteando siempre en el mismo sitio, y cada vez le escocía más, pero Madame Marcela se animó con ese movimiento, y siguió disciplinándole en la misma zona, sabiendo que le dolía, y que eso haría que continuara culeando.

– Así es maricona, mueve el culo como la puta que eres. – Y siguió dándole hasta que se convenció de que ya lo debía tener bien encarnado. e80d74aa09d461625415d061f4b849e3

– No te muevas que ahora me vas a chupar la polla un poco. Me la has puesto muy dura, y ya sabes como me gusta que me la chupen, como una puta desesperada por complacer a su Ama.

Sin dejar que él se moviera, apartó a un lado los shorts de vinilo, descubriendo una gruesa manga azabache y se la puso delante de la cara. El olor a dulzón del miembro masculino liberado de su encierro inundó sus sentidos.

– Y ahora abre esa boca de zorra y empieza a mamármela.

Él no deseaba otra cosa, y empezó lamiendo con glotonería el cañón de chocolate que se le ofrecía. Recorrió el tronco con la lengua, desde la base velluda hasta el prepucio, empapándolo de saliva, atravesando el balano en toda su longitud y golpeando finalmente el glande, solo para volver a recorrerlo de regreso, lamiéndolo con lujuria, anhelando sumergírselo en la boca, jadeando y relamiéndose como una perra, calentándose cada vez más. Hasta que, finalmente,  su Ama le asió  ferozmente por el pelo, y le hundió el inicio del miembro viril dentro de la boca,  colmándola, follándole por aquella entrada con los movimientos obscenos de su cadera.

– Muy bien bujarrón, ahora vamos a entrar en tu casa… y ya sabes lo que quiero.

Sacándole  de improvisto el pene de la boca, Marcela se dio media vuelta, subiendo los últimos escalones que quedaban para llegar a casa.

Él, por unos instantes, había olvidado donde estaban y al hacerlo, se puso de pie de un salto y la siguió, apresurándose por entrar dentro, a resguardo de la vista de cualquier vecino que hubiera podido sorprenderles.

Una vez dentro, Madame Marcela se dirigió al sofá con paso firme y decidido y se sentó para descansar de los esfuerzos de su jornada laboral. Se dirigió a su esclavo y le espetó:

– Enciende la tele y vete al cuarto, perra viciosa, ya sabes como quiero verte salir.

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A solas dentro de la alcoba, él tuvo que hacer un esfuerzo para bajar de las nubes que la excitación que el trato humillante de su Dueña le había producido. Tenía prisa por volver con ella, no obstante, antes debía pensar cómo iba a vestirse. Rápidamente se quitó el traje manchado por la suciedad del garaje, la camisa y la corbata,  y se desnudó. Al verse el pene y darse cuenta de lo excitado que estaba, decidió pegarse una ducha rápida. Una vez se hubo secado, abrió el cajón donde guardaba su ropa interior “especial”. “Quiere verme como una ramera”, pensó, y decidido, cogió unas medias de viuda y se las puso.

Dudaba si ponerse el vestido y el delantal que se había hecho hacer para su Dueña, pero se acordó de unas cosas que se compró y que su Ama todavía no había visto. Eran, por un lado un cinturón corsé negro de varillas, y por otro un body tanga sin cremallera con hombros descubiertos, y tirante atado al cuello, de lycra semitransparente, que por delante era muy subido de pierna, le marcaba mucho el paquete. Él se lo subió aún un poco más, haciendo que la tela a penas cubriera su miembro erecto. La parte superior le oprimía el pecho, enredándose con su vello masculino. Se dio la vuelta y en el espejo se miró por detrás, el body era tanga, y la forma en que se abrochaba por arriba dibujaba un círculo en su espalda.

Le gustaba el tacto de la lycra, y pensaba en su Ama cuando se lo viera. Esperaba que le gustara, se lo había comprado en un impulso en un viaje de negocios en Ámsterdam, y se lo había probado varias veces pensando en una sesión de sometimiento servil a Madame Marcela.

Se puso los zapatos de plataforma y se metió en el cuarto de baño. Se cepilló el pelo cano y se lo peinó con brillantina, dejándolo pegado y brillante. Luego se maquilló,  se sombreó los ojos,  se puso rímel y se pintó los labios de un tostado intenso. Finalmente, ciñó un collar de esclavo de cuero con remaches  alrededor de su cuello. Ya estaba preparado, se perfumó y se dispuso a salir del cuarto. Se presentó ante Madame Marcela, quedándose a una cierta distancia, esperando la aprobación de su Ama y sus instrucciones.

Le extrañó ver una silla colocada frente al travestí, a escasa distancia. Inmóvil y sin saber qué hacer con sus manos, le miraba atento, sonriendo por los nervios, alerta a cualquier gesto de la Dómina.

– Muy bien esclava maricona, me gusta, a ver, date la vuelta, quiero verte por detrás.

Se dio la vuelta, tranquilizado porque Madame Marcela no continuaba observando cada uno de sus gestos.

– Ahora, como buena puta maricona, vas a desvestir a tu Ama, despacio, besando cada parte de mi cuerpo que desnudes.

Madame Marcela encendió un cigarro, mientras su sumiso se arrodillaba servil a sus pies. Despacio, como le había ordenado su Ama, empezó por quitarle las botas de charol rojo y luego las medias, descubriendo las musculosas piernas del travestí. Las besó hasta que llegó a sus pies, tomó uno y luego otro, su lengua, primero se dirigió hacia el talón y luego hacia el extremo de cada uno de los dedos, repasándolos, limpiando su sudor acre, saboreándolos. Fue consciente del olor ofensivo que despedían después de haber estado toda la tarde encerrados en aquel calzado sin transpiración.

A continuación se colocó de tal forma que pudiera quitarle los shorts de vinilo con facilidad, bajándolos con lentitud, tratando de adivinar si había excitado a su Ama, miró disimuladamente su entrepierna y notó fácilmente su entusiasmo. La entrepierna de los pantalones abultaba indecorosamente, dilatada por la presión de la columna de la carne en erección. Eso le alegró mucho, al mismo tiempo que le excitó.

El Ama travestida hizo un movimiento para que a él le fuera mas fácil deslizarle los shorts, y a medida que iban bajando por sus muslos, fue besando una y otra vez las piernas, hasta llegar a sus pies y quitárselos del todo. Debajo de los shorts de vinilo apareció un tanga minúsculo de algodón.  Cuando el esclavo se disponía a quitarlo, el transexual le interrumpió:

– Todavía no, puta maricona, levántate, quiero ver como te acaricias y te mueves para mi.

Desilusionado, porque lo que deseaba era besar una vez más la enorme morcilla de sangre que le quedaba por desnudar, se levantó, y bajo la atenta mirada de su Ama empezó a contonear las caderas. Mientras acariciaba las piernas, subiendo las manos por la cintura hasta llegar a su paquete, se acariciaba el cuerpo a través de la transparencia de lycra, notando como esta se calentaba.

daphynne_duarth– Date la vuelta, quiero ver como mueves ese culo que me voy a follar después.

Apoyándose con una mano en la silla, con la otra se acariciaba los glúteos, doblando las rodillas, oscilaba el culo de un lado a otro.

Sentía un picor de excitación en el ano, que se abría receptivo con voluntad propia, ansiaba que su Dueña le empalase mientras él se acariciaba el miembro. Se estaba excitando mucho, y apoyando un lado de la cara en la silla, liberó su otra mano para concederse el placer de mimarse la polla que, agradecida, empezó a crecer apuntando el suelo.

Si hubiera seguido así no habría tardado en correrse, pero de pronto fue consciente de la presencia de su Ama, con su pene pegado a su culo, agarrándola de la caderas y frotándose contra él. Tuvo que apoyarse con las dos manos en la silla, mientras disfrutaba del placer que le estaba dando su Ama. Notaba su miembro rígido e impetuoso fregando sus glúteos, sus manazas vigorosas aferrándole por las caderas, cogiéndole de las nalgas, abriéndoselas, y excitándole al límite.

Una mano de su Ama se fue deslizando por su espalda, hasta cogerle del pelo, guiándole así lo incorporó.

– Date la vuelta, quiero que quedes de pie, con las piernas abiertas y las manos a la espalda.

Él hizo lo que la transexual le ordenaba, dándose la vuelta quedó situado frente a ella. Abrió las piernas y se cogió las manos detrás del cuerpo. El primer golpe, aunque suave, le cogió por sorpresa; el pie desnudo de su Ama le había golpeado en los testículos sin que pudiera reaccionar. Se dobló con un gemido de dolor. Un agudo retortijón, partiendo de los genitales, le recorrió las entrañas dejándole sin respiración.

Una bofetada se estrelló contra su cara, girándole la cabeza hacia un lado. No fue el escozor en la mejilla, ni las lágrimas que le nublaron  su vista los que le descompusieron, sino el zumbido en su oído. Como en una nube escuchó la voz de su Señora:

– Mariquita, ¿quién te ha dado permiso para agacharte?

Se incorporó con la vista fija en el suelo. Su pene se desinfló como un globo pinchado y sus testículos quedaron colgando grotescos entre los muslos. en cámara lenta vio levantarse nuevamente el pie en dirección a sus cojones, vio como la pierna de defensa central de la travestí se disparaba, lanzando una patada asesina. Su cuerpo intentó apartarse, pero la fuerza de voluntad le obligó a continuar. El pie se detuvo a menos de un centímetro de su escroto. Se relajó y sintió nuevamente como el pie impactaba en sus huevos, pero sin tanta potencia.  Creyó que era un dolor soportable, sin embargo, la idea de su Ama era otra. Sin descender continuó golpeándole, retirando el pie un par de centímetros y golpeando de nuevo. El dolor en su bajo vientre se avivó y sintió como le ardían los intestinos. Quiso pedir clemencia, pero su disciplina y fuerza de voluntad se lo impidieron, continuó en posición e incluso intentó enderezar el tronco que tenía doblado.  Para su sorpresa, su cuerpo reaccionó de una manera extraña: su miembro se enderezó, sus testículos se recogieron excitados y, sin que tuviese ocasión de saber lo que pasaba, sintió un ardor diferente en sus entrañas, cerró los ojos y como un río de lava eyaculó un torrente de semen hirviente.

– ¡Hay que ser una cerda viciosa para correrse a patadas! Tendré que enseñarte disciplina.

La Dominátrix le habló en tono glacial, él no tardó en darse cuenta de su error. Temía abrir los ojos, no valdrían las excusas, no debía correrse sin antes pedir permiso. Notó la mirada de su Ama sobre él aún con los ojos cerrados, sabía lo mucho que le encolerizaba a Madame Marcela que él no hubiera podido controlarse. Ya había sido castigado muchas veces por esta falta. No soportaba más esa inmovilidad de su Ama, y arriesgándose, alzó la cabeza y la miró a los ojos. Un sonoro bofetón le cruzó la cara. Se la esperaba,  pero aún así, le dolió. Pero más le dolía defraudar a su Ama de esta manera.

– Lo siento Ama, no he podido evitarlo. – Sabía que iba a ser castigado, y lo necesitaba.

– Ve a tu alcoba y tráeme las cuerdas y la paleta, y ve pensando en el número de azotes que crees que necesitas para acordarte la próxima vez de pedirme el permiso para correrte.

Se incorporó y mientras se dirigía a la cocina iba pensando en el número que iba a decirle a su Ama.

La última vez que la había contratado, recibió 25 azotes en cada nalga. Ahora su Señora no se iba a conformar con menos. Si Madame Marcela planeaba atarlo para recibir el castigo, era, sin duda, porque iba a ser mucho más severo que la última vez. Creyó que 50 sería un buen número, pero no quería ni especular en como le iban a doler tantos azotes. Trató de pensar en que su Ama le daría el castigo que necesitaba, no importaba el número de nalgadas, solo deseaba purgar su falta. Cuando estaba saliendo del cuarto con las cuerdas y la paleta, oyó la voz del travestí:

– Trae también las dos velas, la roja y la azul, después del castigo quizás me apetezca adornarte un poco el cuerpo.

Se detuvo en seco. La transexual debía saber que todavía no se había acostumbrado a la cera caliente sobre su cuerpo. Él dudaba que fuera a acostumbrarse alguna vez, por mucho que Madame Marcela le dijera que llegaría a hacerlo. En algunas zonas le daba la sensación que su carne se escaldaba de verdad, y cuando veía que su Ama iba acortando la distancia entre la vela y su cuerpo, no podía evitar temblar. Cuando la vela se dirigía lentamente hacia su pene, no valían ni las quejas ni las súplicas, sabía que las últimas gotas que le iban a caer, serían para cubrir el glande, y eso le hacía sudar y retorcerse temiendo ese dolor, pero al mismo tiempo sabía que serían las últimas, y po fin podría relajar el cuerpo que le dolía de tanta tensión.

Entregó a su Ama las cuerdas, la paleta y las velas. La mesa del comedor ya estaba preparada.

– Desnúdate del todo, y ve preparándome un whisky con dos cubitos.

Desnudo para el castigo se dirigió a la cocina a preparárselo. Al meter los dos cubitos en el vaso no quiso pensar en si iba a usarlos también. Cuando regresó, había ya una cuerda atada en cada pata de la mesa.

8– Muy bien, ahora túmbate en la mesa boca abajo, ya sabes como, los brazos y las piernas extendidos de forma que pueda atártelos. ¿Estás dispuesto a cumplir tu castigo?, ¿has pensado ya en el número de azotes  que crees que te mereces?

– Si, mi Ama, estoy dispuesta a ser castigado pro mi falta. Y espero que 50 azotes en cada nalga sirvan para recordarme que debo pedir permiso antes de correrme.

– Yo también lo espero. No creo que algo tan difícil de recordar. Túmbate para recibir tu castigo.

– Si, mi Ama.

La mesa estaba fría. Sintió el pene y los testículos aplastados contra la madera. Las piernas abiertas tal como le había indicado su Ama. Le excitaba estar en esa posición. Se imaginaba a su Ama observando su cuerpo en esa postura. Las nalgas preparadas para el castigo, su miembro escondido bajo su cuerpo, asomando ligeramente entre sus piernas. Mientras su Ama le ataba, notaba que se estaba excitando con la idea de que su Ama la tocara. Pero no creía que eso fuera a ocurrir, tenía que prepararse mentalmente para el dolor que iba a recibir.

Sabía que a su Ama le gustaba tomarse su tiempo, no tendría prisa por empezar con los azotes. Escuchó como se encendió un cigarrillo una vez le hubo inmovilizado sobre la mesa.  Ese era el tiempo que le quedaba para recibir el castigo. Se imaginaba a su Ama, observándola, la venda que le puso en los ojos no evitaba que se imaginara el rostro de su Ama, tranquilo, disfrutando del cigarro y del cuerpo de su sumiso dispuesto para el castigo. Madame Marcela colocó su tanga usado como mordaza en la boca del esclavo. eso haría que nadie pudiera escuchar sus gritos, que sabía que iban a ser muchos.

Una mano callosa sobre su espalda le hizo dar un respingo, recorrió su espalda hasta sus nalgas. Percibió el dorso de la mano acariciándoselas, recorriendo la zona que iba a ser castigada.  Cuando dejó de sentir su mano, supo que había llegado el momento. Aún así, el primer azote le pilló se sorpresa, por mucho que lo estuviera esperando, no pudo evitar que un grito se le escapara de su boca amordazada.  Sintió como la paleta le marcaba la piel. El siguiente azote lo recibió en la otra nalga, esta vez no gritó, aunque la intensidad fuera la misma. No creía poder soportarlos si todos se los iba a dar tan fuertes.

Siempre le pasaba lo mismo, minutos antes de que empezara cualquier castigo, trataba de sacar fuerzas de donde fuera para poder aguantar sin protestar. Pero una vez empezado, el dolor le hacía arquearse, a medida que su Ama iba contando los azotes. Su mente solo podía centrarse en esa parte de su cuerpo que tanto le dolía. No había disminuido la fuerza, y solo llevaba 10 en cada nalga. Estaba sudando y notaba que sus nalgas le quemaban. Sintió alivio cuando pasaron unos cuantos segundos sin que su Ama continuase con los azotes. Una mano en la cabeza la tranquilizó por unos momentos. Pudo notar el aliento alcohólico de su Ama sobre su cara.

– Tienes un par de minutos para relajarte antes de que continúe con el castigo. Lo estás aguantando muy bien, pero solo llevas diez. Quiero que entiendas que tus orgasmos ya no te pertenecen, solo podrás disfrutar de ellos cuando yo te los pida, o cuando supliques mi permiso. Hasta que acabe de darte los 5 azotes, solo tendrás otro descanso. Quiero que mientras te azote, te centres en que debes ser más obediente, y que el placer de tu Ama está por encima de tu propio placer.

Cuando acabó de decir estas palabras, continuó con el castigo. Los azotes ahora no eran tan fuertes, pero sí más rápidos. No le daban tiempo a coger aliento entre uno y otro,  notaba que transpiraba por todo su cuerpo, era incapaz de pensar si se lo merecía o no, ni de si se acordaría la próxima vez de pedir ese permiso, solo deseaba que acabara ya.

Cincuenta no era un buen número, era una pesadilla. Necesitaba otro descanso pero sabía que todavía era pronto, imaginaba que la dejaría descansar cuando llegara a 30, o quizás a 25, ya no podía ni calcular, su Ama había dejado de contar hace rato, le dolía tanto que sus lágrimas estaban empapando la venda, sentía que los ojos le escocían, notaba la sal de sus lágrimas, debía pensar en algo para poder continuar y dejar de retorcerse como un poseso.

A través de la mordaza emitía apagados gritos que no cesaban. Las cuerdas de las muñecas y de los tobillos le tiraban mucho, pero eso no era nada, el dolor estaba centrado en sus glúteos en carne viva. Para él solo existía esa parte del cuerpo, le quemaba, contaba un golpe de paleta tras otro, no quedaba ni una mínima zona de sus nalgas que le doliera, cuando ya creía que no podría soportarlo más, llegó el segundo y último descanso, no tenía ni idea de cuántos azotes le quedaban.0

En un tiempo que le pareció eterno, dejó de percibir cualquier movimiento en la habitación. Después notó como la transexual se encaramaba a la mesa encima de él. Un aguijonazo intenso en el ano precedió una sensación de desgarramiento brutal. El monstruoso pene oscuro le estaba violando, poseyéndole sobre la mesa. Sin embrago, el dolor más intenso se produjo cuando ella apoyó sus caderas contra las nalgas en carne viva. No pudo contenerse, aulló tras la mordaza con toda la fuerza de sus pulmones.

– Ahora ye voy a embarazar, y luego tendrás un hijo mulato como yo. – Escuchó que le susurraba al oído.

Empezó a cabalgar dentro de su culo cuando éste se relajó lo suficiente. Durante largos minutos sintió  como el miembro de su amante le revolvía los intestinos sin descanso. Una presión más intensa y un gruñido sobre su cabeza fueron la indicación de que ella se había corrido dentro de él. Esperó en vano que se retirase, pero Madame Marcela no daba señales de tener esa intención.

– ¿Sabes qué? Me voy a mear dentro de ti y luego no te dejaré que lo eches fuera.

Unos instantes después, un líquido caldoso se escapó de su ano manchando la mesa. La transexual se apartó de golpe y se rió a carcajadas viendo su cara de esfuerzo para evitar que un surtidor de mierda y meados saliera disparado desde su culo y manchase la alfombra. Mientras él apretaba con fuerza el esfínter distendido por la sodomización, ella le desató y le permitió incorporarse. Santos salió corriendo de la habitación rumbo al lavabo más cercano, pero no consiguió llegar, evacuó en el pasillo una catarata de orines, heces líquidos y semen.

Recogió y limpió la casa mientras Madame Marcela tomaba un baño de espuma. Cuando ambos se hubieron vestido, le pagó el precio convenido, bajaron al estacionamiento y la acompañó nuevamente  a las tapias del cementerio de Les Corts para que pudiera continuar su noche de trabajo.

Autor: Carta de un lector remitida a la Revista Tacones Altos.

 

 

 

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