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A modo de Editorial… Cual Ave Fénix

Es un hecho sabido que, al hacernos mayores, tendemos a recordar más y mejor los hechos de antaño (los días del colegio, la mili, la primera novia…) que los de hogaño (el aburrimiento de la jubilación, los achaques, las visitas al CAP…), y nos gusta contarles aquellos  lejanos recuerdos a quien se pone al alcance de nuestra voz. Es lo que coloquialmente se conoce como “las batallitas del abuelo”. Pues bien, sírvase un buen whisky (a mí me encanta el Lagavulin de Islay) y acomódese en ese sillón tan confortable, que voy a contarle una batallita de las mías…

Vale, ahí va: Yo he tenido una gran suerte (al menos) en dos ocasiones en mi vida madura. Una de ellas fue el día en que, yendo en un autobús de Barcelona, me encontré con José María Arman (editor siempre de comics de los “de toda la vida” y viejo conocido). Me preguntó que era lo que hacía y le contesté que estaba en plena “travesía del desierto”, malviviendo de traducir libros (una profesión siempre mal pagada), tras dimitir como Director de la edición española de la revista Playboy.

Este es el momento en el que el lector (¿o debo decir el oyente de la batallita?) incrédulo, se pregunta: “¿Y cómo es que el abuelo dimitió de un chollo del calibre que debía de ser la dirección de Playboy?”. Vale, como dicen los políticos: “Me gusta que me haga esa pregunta…” El caso es que en esa época, joven yo, rojeras yo, creía en eso que entonces llamábamos (y ahora tantos desconocen) “deontología profesional”, y por ello me negué a aceptar las denigrantes y caciquiles condiciones que quería imponerme un recién nombrado nuevo gerente de la revista. Dimití y no me arrepiento de haberlo hecho… aunque, lo reconozco, no sé si ahora sería tan valiente…

Pero volviendo la lo nuestro, al autobús de Barcelona, la siguiente pregunta de Arman me desconcertó: “¿Sabes hacer revistas?”, inquirió… Le contesté que, tras cinco años como director de Playboy y otros muchos de trabajo como redactor o colaborador de incontables publicaciones, algo debía de saber… Esa pregunta venía motivada porque la editorial en la que, en ese entonces, Arman era Director de la sección de comics, Ediciones Zinco, deseaba iniciar la edición de revistas y buscaban a un experto. Total, que tras una negociación crematística con Albert Torres, el entonces gerente de la editorial (y una de las mejores personas con que me haya topado en la profesión), me encontré de Director de la sección de revistas de Zinco (¡con casi medio siglo sobre mis espaldas!).

Todo ello era porque el entonces dueño de la editorial, José Cadena padre, había hecho un viaje por los Estados Unidos y adquirido los derechos de una serie de revistas, y necesitaba a alguien que se las llevase. Ese fui yo, y al asumir mis funciones me encontré con una serie de títulos a publicar, que iban desde una revista de comics: Comic Scene, a otra de terror: la famosa Fangoria. Y muchas, muchas eróticas, como eran High Society o Cheri. Por cierto, eso fue en el año 1989. Y, también por cierto, la primera revista que sacamos al mercado fue una dedicada al colectivo gay: Playguy.

Querido lector, no se me aburra, que ahora viene lo bueno. Dele otro trago al whisky y allá vamos: Pues resulta ser que, de entre las muchas revistas que publicaba una de las editoriales estadounidenses con las que trabajábamos, especializada en publicaciones eróticas: Mavety Media, había una de nombre Leg Show (Espectáculo de piernas, en cristiano), que a mí me hacía tilín, aunque no estuviese pensada su edición en español. Era una publicación que, como su nombre indica, estaba dedicada al fetichismo de las piernas y de los pies, un fetichismo muy extendido en los EE.UU. (y me parece que aquí también).

Pero mis jefes de la editorial no entendían esa revista: ellos creían que lo que iba a funcionar en los quioscos era el erotismo al uso, con fotos de todo el cuerpo de nenas en pelotas y, si acaso (eso vino más tarde), el puro porno con parejas mixtas y ñaca-ñaca. Lo que hacía aquella revista, maximizando las imágenes de las piernas y pies, y enseñando a chicas en lencería mejor que desnudas, no lo entendían. Pero yo no cesé en mi labor de zapa, insistiendo una y otra vez en que me dejaran sacar una edición española de Leg Show, que yo creía iba a funcionar (aparte que me gustaba el tema). Y al final, supongo que por aburrimiento y para que me callase, aceptaron.

La revista, a la que di el, para mí, más atractivo nombre en español de Tacones Altos, salió finalmente en julio de 1994. Me imagino que mis jefes tenían pensado lo habitual en la edición de revistas, cuando se sacan nuevos productos: probar con unos pocos números y, si las cifras no eran buenas, cerrarla. Para mayor seguridad (de su tesorería), y a pesar de que en ese momento, las revistas eran en su mayoría mensuales, Tacones Altos fue programada como bimestral (cada dos meses), para que así estuviera más tiempo en el mercado y se vendiese más (cosa que creo que ellos no esperaban demasiado).

El caso es que, al cuarto número, el gerente Albert Torres me dijo que pasase la publicación a mensual, porque Tacones Altos se estaba vendiendo como rosquillas; tanto así que logró ser, por un tiempo, el título más vendido de los de Zinco, llegando a la cifra de (si la memoria no me falla y no, no tengo Alzheimer… aún) 24.000 maravillosos ejemplares vendidos por número.

Era de fábula: los lectores nos escribían, nos mandaban cartas, fotos y anuncios cortos pidiendo contactos (recuerde, lector, que eran los tiempos de antes de Internet, cuando la gente aún escribía cartas y se relacionaba a través de las secciones de contacto de las publicaciones especializadas). Claro que en el boom de Tacones Altos había truco: desde el principio yo había decidido hacer algo que la censura (curiosamente, peor en los USA que en España) no dejaba hacer a Leg Show; a saber: ampliar el abanico de los temas tratados en la revista, incluyendo otros fetichismos, tales como el travestismo y, sobre todo, el sadomasoquismo (tema que, hay que decirlo, siempre desagradó a mi jefe Albert Torres).

Naturalmente, este abrir las páginas a otras filias atrajo a muchos colectivos que, hasta entonces (insisto en que era antes de Internet), habían estado aislados, incrementando el abanico de lectores. Y es que, durante unos años, sobre todo en los primeros de su existencia, la revista cumplió con una función nucleadora de varios de los “ismos” que, aun existiendo, habían estado hasta entonces escondidos bajo la piel del toro (sobre todo en tiempos de la represora dictadura). Una función esa de la que, no lo oculto, me siento muy orgulloso.

Y ese ir y venir de cartas y esos contactos, muchas veces por teléfono y quizá luego cara a cara, nos posibilitaron a muchos aficionados al erotismo marginal ir avanzando en nuestra afición. A mí, personalmente, me permitió entrar en contacto con el maravilloso mundillo de los y las profesionales del BDSM (uso el palabro ahora de moda, antes simplemente  le llamábamos SM). Y no puedo dejar de citar aquí a esa Gran Dama del mundillo que es mi querida Dómina Zara, la primera que se atrevió a mandar sus fotos y contacto a Tacones Altos, a una sección que llegó a ser mítica: “Vamos de taconeo”.

Fueron años buenos, muy buenos para este Director… pero entonces llegó Internet, con todo lo bueno y todo lo malo que nos ha traído. Y entre lo malo (al menos para nosotros los profesionales del papel impreso), lo peor fue la progresiva e imparable decadencia de los medios tradicionales: las revistas en papel se fueron vendiendo cada vez menos… y las cartas, las fotos y los contactos de los lectores, ahora eran virtuales y estaban en Internet. Y así, tras lenta agonía, llegó el cierre de Ediciones Zinco en el 2009, y el paso de algunas revistas (entre ellas Tacones Altos) a otra filial del grupo editorial: la editorial Sex Books.

Pero las revistas eróticas ya estaban muertas, las había matado Internet. Y el cierre definitivo de Tacones Altos llegó con el número 191, en julio del 2011, tras 17 años de presencia en los quioscos. Por cierto, para los amantes de la pequeña historia diré que Leg Show, la revista madre, cerró al año siguiente, en el 2012… también víctima de Internet.  Además ambos cierres fueron de sopetón, sin previo aviso. En mi caso eso representó que ni pude despedirme en un editorial de mis lectores… los que aún quedaban.

Pero la vida sigue, eso sí, adoptando otros formatos. Y la batallita del abuelo ya está a punto de acabar; así que, querido lector, si ya se ha acabado el whisky, sírvase otro, arrellánese de nuevo en el cómodo sillón y siga leyendo, que lo que viene puede interesarle.

Jubilado ya, por cierre editorial, y sin posibilidades de hacer nuevas revistas de papel (¿les he dicho ya que el papel está muerto… o, al menos, agonizante?), tuve mi segunda gran suerte cuando Joan Navarro, el entonces editor de la editorial de comics Glénat España, y aficionado a los colaboradores abueletes, me ofreció (¡a mis más de 70 años!) la maravillosa posibilidad de trabajar con él. Y lo primero que me encargó fue nada menos que un “lo mejor de” la primera de mis publicaciones, la inolvidable Nueva Dimensión, revista de ciencia ficción. Gracias a ese volumen recopilatorio fui invitado por la Semana Negra de Gijón, en el 2012, a hablar en un homenaje a la citada publicación.

Muchos fuimos los que, reunidos bajo la lona de una carpa de feria y junto al mar, en el hermoso Gijón, recordamos a la revista y los años grises (y eso va en parte por el color del uniforme de los policías de la dictadura) de nuestra juventud en el tardofranquismo. Y les aseguro que alguna que otra lagrimilla brotó de más de un ojo de vista cansada. Luego, llegó el turno de preguntas: “Dígame, Señor Vigil, ¿no se plantea el volver a sacar la revista Nueva Dimensión?” Y la respuesta del profesional más que quemado: “Hoy en día es imposible pensar en una revista así en papel, habría que hacerla en Internet. Y eso ya le toca hacerlo a una generación más joven… la mía ya cumplió en su momento.”

Vale, ya está: fin de la batallita del abuelo. Relájese, sufrido lector, y le hablaré de las cosas de ahora: Y la verdad es que sí que me he planteado, en varias ocasiones, el hacer algo en Internet. Como hacer una revista de turismo y gastronomía, para sacarle invitaciones a “pesebres”, con mi amigo y también periodista jubilado Pedro Farré. O una revista de BDSM, para seguir en el ambiente que tanto me gusta, a hacer con mi también amigo el bloguero Spirit. Pero los años pesan y uno se acostumbra al “dolce far niente”, así que ni una ni la otra hice…

Y, llegados a este punto, entra en escena otra gran amiga e ínclita profesional del BDSM: Lady Monique de Nemours, quien, tan incansable como yo lo fui, hace tiempo, para lograr sacar Tacones Altos en Zinco, ha estado batiendo el cobre para animarnos a los que aquí estamos a iniciar un nuevo e inédito proyecto: una revista de BDSM en Internet. Me dirá usted, enterado y querido lector, que revistas de BDSM ya las hay en Internet. Cierto, hay revistas de un fetichismo visual de gran calidad, como es BEDESEME, y otras con una gran calidad de artículos sobre el tema como lo es Cuadernos de BDSM, pero no hay ninguna que sea como era Tacones Altos, una revista que informe sobre el mundillo mismo y le sirva de núcleo aglomerador.

Y eso es lo que pretende ser esta BDSM Hoy, revista en Internet, que aquí inicia su andadura: una publicación que, además de nuestros artículos, reportajes, entrevistas y guía de profesionales, recoja, de ustedes los lectores, sus cartas (ahora e-mails, ¿no?), sus fotos (mucho más fáciles de mandar ahora), sus relatos y artículos, sus contactos… para formar entre todos ese núcleo potenciador del mundillo del BDSM nacional. Claro que todo eso vendrá poco a poco: como las revistas de papel, esta ha de crecer con su público, y eso es lo que esperamos que suceda. Y, mientras tenga fuerzas y ánimos para ello, aquí estaré yo, compartiendo el timón con mi querida Lady Monique…

Cual ave fénix.

 

Luis Vigil

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